En mi vida solo he conocido a una persona con una bondad sin precedentes, tanto que haría sonrojarse al propio Vaticano. Estoy segura de que si pudiera ser testigo de este acontecimiento se avergonzaría, más por los tabús impuestos en aquella época que por el acto en sí. Lo lamento por ella y por todas las demás, pero yo quiero ser libre. Y sé que lo que se avecina va más allá de ese
deseo. Me tortura, me obsesiona y me emociona.
Nunca me hubiera considerado una «asaltacunas» y mi atención por hombres más jóvenes que yo era, hasta la fecha, nula; sin embargo, mi cuerpo se revolucionó en cuanto lo conocí.
—¡Otra ronda de chupitos! —grita una de mis amigas.
He perdido la cuenta de las que van, pero el ambiente se va caldeando. Mi calor en cambio nada tiene que ver con la bebida. Izan está al final del local mirándome. Sus ojos barren mi cuerpo como si estuviera desnuda y no hubiese nadie más allí para molestarnos. La distancia no parece un problema. He dicho parece, pero lo es.
Me escabullo en un descuido de mis compañeras y me dirijo hacia el fondo, a los baños, sintiendo en todo momento unos ojos abrasándome. Mas nunca llego a ellos. Una mano fuerte me agarra por el brazo sin contemplaciones y tira de mí hasta ser acorralada contra la pared.
Hay música estridente, luces estroboscópicas y una oscuridad significativa alrededor. No obstante, no escucho nada que no sea la respiración de él. Tampoco hay más visión para mí que la de sus ojos azules con motitas marrones ciegos por el apetito. Mis ansias lo anticipan justo una milésima antes de que sus labios devoren mi boca. Hay una alarma en mi cerebro que ha saltado, aunque enseguida es sepultada por la lujuria.
Las caricias de sus manos en mi piel me enardecen y el beso se convierte en una lucha por hacer claudicar al otro. Mi vientre arde y se contrae por la emoción. Me siento temblar por dentro y por fuera, y es que mis nervios no estaban preparados para esto. Había fantaseado con la posibilidad, pero no a semejantes niveles.
Despega nuestros labios y sonríe. Una sonrisa arrolladora que me hace tambalear. Sigue por mi cuello, lento, sabiendo qué puntos torturar mientras con una mano me acaricia el muslo, subiendo mi vestido en el proceso. Soy vagamente consciente de que debería detenerlo, sobre todo porque estamos en un lugar concurrido, pero no quiero. Gimo en cuanto sus dedos rozan mis paredes internas y, al abrir los ojos, me percato de que hemos generado interés alrededor. No muy lejos, hay un par de hombres que nos miran sin disimulo alguno. Izan sigue con unas excelentes maniobras de dedos y lo intento advertir.
—Nos están vigilando —susurro en su oído, abrazada a él.
Apenas se gira para observarlos y vuelve a sonreír contra mi oreja.
—¿No te gusta tener admiradores? Que contemplen cómo te hago mía.
Tal vez haya sido la pregunta o la seguridad de su afirmación, pero me sorprendo aceptando sus palabras y obedeciéndolas.
No tarda en continuar su quehacer, introduciendo sus dedos en mi humedad y desabrochando la parte superior de mi prenda. Mis pechos quedan al descubierto y mis pezones se endurecen al instante. Compruebo que no haya nadie más disfrutando de este espectáculo y entre el alivio y la decepción constato que así es. Tengo a tres hombres a mi merced: al que deseo desde hace tiempo y a dos desconocidos que contribuyen a darme placer con su inspección. Decido volverme más atrevida y me posiciono mejor en su campo de visión, siendo obsequiada con gruñidos lascivos. Mi acompañante no parece inmune a ese gesto y decide recordarme quién manda. Se desabrocha el pantalón con presteza, liberando su miembro palpitante y me penetra con una embestida profunda. Grito. De dolor, de placer, de felicidad y de excitación. Sé que nadie más me escucha aparte de Izan.
Noto la presión de mi rompa interior al ser forzada por su virilidad. Estoy apoyada contra la pared y abrazada a mi amante con brazos y piernas mientras él se hunde una y otra vez en mí sin control. Lejos quedan emociones como la timidez o el pudor. Gran parte de mi cuerpo está expuesto ante todo aquel que quiera mirar, y yo solo deseo que lo hagan. Que me admiren, que me quieran poseer como lo hace Izan. El placer habita en mí de una manera peligrosa y solo quiero más, y lo obtengo.
Me tenso al alcanzar el clímax junto a mi compañero, gritando de puro gusto. Hemos conseguido algún espectador más en el proceso, pero no me avergüenzo de nada. Estoy lejos de no apreciar el poder del que dispongo ahora mismo, y me regodeo.
Me deslizo hasta el suelo y alejo a la que fue mi fantasía hasta ahora. Adecento mi ropa y salgo al aire libre, olvidando a mis amigas en el local. La noche es joven, pero yo solo quiero irme a casa a dormir.
Por la mañana, mientras me arreglo frente al espejo, llaman al timbre.
—Cariño, ya voy yo. Será mi hermano.
Asiento distraída y acabo de abrocharme la pulsera. Escucho voces y voy hasta el salón. Allí, sentado en el sofá, se encuentra mi marido con una réplica de él unos cuantos años más joven y más atractiva. Izan.

Por Toriiak Roloez, relato participante en la II Edición del Concurso de Relatos Eróticos «Muerde la Manzana»

 

También te gustará: Sueño cumplido