Relato ganador de la III Edición del Concurso de Relatos Eróticos «Muerde la Manzana»

Por Ada Sillero

 

Oigo como me llamas según avanzas por el pasillo. La dulzura de tu voz torna a principio de enfado debido a mi silencio, pero es que quiero que todo sea una sorpresa.
He salido del baño y aún con la toalla liada al cuerpo, sentada en el filo de mi cama, espero que entres en mi habitación. Estoy deseosa por verte, por besarte, por oler ese suave perfume que de manera natural desprende tu suave piel, por acariciar los rizos de tu pelo que ya sabes que es algo que me encanta, te echo de menos y deseo que llegues cuanto antes para poder disfrutar de ti. Los recuerdos de lo que vivimos la pasada noche, amándonos como nunca antes habíamos hecho, hacen que comience a excitarme. El sabor de tu boca, palpar la humedad de tu entrepierna, oprimir tus senos turgentes y redondeados pellizcar levemente los pezones y hacer que se ericen y endurezcan. La reminiscencia de tu cuerpo pegado al mío dándonos amor y placer hace que mi sexo palpite de deseo y pasión por ti.
Al abrir la puerta preguntas qué hago, por qué no contesto, pero mi mirada de deseo te deja bastante clara mi intención. Como respuesta recibo esa picara sonrisa con la que conseguiste enamorarme desde el primer momento en que te vi. Las dos
sabemos lo que queremos y cerrar la puerta tras de ti es la contestación a que ambas deseamos lo mismo.
Me pongo de pie y con un insinuante y leve movimiento de hombros consigo que la toalla que me cubre, caiga al suelo ofreciéndote mi cuerpo desnudo. Me  acerco a ti y agarro tu mano y guío hasta mi cama. Hago que te tumbes y como a cámara lenta te voy desnudando. Desabrocho tu blusa, esa que sueles ponerte y que te sienta tan bien. Asoman tus pechos que me enloquecen y no puedo evitar las ganas de besarlos, lamerlos y que mi lengua juguetee con tus erectos pezones. Sé que te gusta por el gesto de placer de tu cara, lo que me excita aún más y me provoca más ganas de continuar saboreándolos.
Sentada a horcajadas sobre tus piernas desabrocho el pantalón. Quiero quitártelo y me ayudas a hacerlo elevando ligeramente tus caderas. Te dejo completamente desnuda y me regodeo contemplando tu hermoso cuerpo. Humedeces tus labios con tal sensualidad, que provocas que un tremendo latigazo de placer recorra mi cuerpo encendido deseándote más que nunca.
Vuelvo a masajear tus pechos y los cubro de pequeños y rápidos besos abriendo camino hacía tu sexo que ardo en deseo de probar y conseguir que explotes en un intenso orgasmo.
Sé que lo que estoy haciendo te gusta por los gemidos que salen de tu garganta y no puedes, ni quieres controlar. Tu espalda se arquea por el placer de notar mi lengua dentro de tu sexo. Me separo un poco para poder ver bien como introduzco mis dedos en tu vagina, lo que me resulta bastante fácil gracias a tu humedad. Entro una y otra vez en ti. A cada movimiento el gozo y el deleite nos inunda por igual. La excitación es máxima. Me pides que siga, gimes, suspiras, la habitación se llena de hechizo, de magia, de placer. Comienzo a sentir que el calor se va acumulando sobre mi sexo. Quiero explotar de gozo y hacerlo en el mismo momento que tú lo hagas, por lo que al mismo tiempo que continúo entrando en ti me giro ofreciéndote mi sexo, colocándome sobre ti para que tú hagas lo mismo conmigo. El momento álgido está llegando, el movimiento a cada segundo que pasa es cada vez más rápido, el gozo me invade, el placer te envuelve. Ya no puedo más, tú no puedes soportarlo por más tiempo y un inmenso, titánico y placentero orgasmo me recorre todo el cuerpo. Cierro los ojos para poder sentirlo aún más profundo. Noto como si flotase, como si el cuerpo no me perteneciese, estoy completamente enamorada de ti, te quiero, te deseo y nada me gustaría más que poder tenerte siempre a mi lado y hacerte sentir como ahora, hacer que miles de orgasmos llenen tu hermoso cuerpo…
—¿Se puede saber qué te pasa? ¡Chloe! ¿Te encuentras bien? ⎯pregunta
Martina enfadada desde el quicio de mi habitación.
—¡Eh! ¡Ah, perdona! ¿Para qué me querías? ⎯Intento disimular mi actitud.
—¿Has terminado ya en el baño? Tengo una cita en media hora y tengo que arreglarme.
—Sí. Ya he terminado. Perdóname por no decírtelo. Es que… estaba pensando en mis cosas.
—Tú y tus mundos ⎯sentencia al alejarse hacía el aseo.
La quiero, la amo como nunca he sido capaz de amar a ninguna otra mujer, pero… ella no lo sabe. No he sido capaz de decírselo. Moriría de pena y dolor si por el hecho de contárselo ella me rechazara, si por contarle que estoy enamorada de ella desde el primer momento que vino a casa para compartir piso conmigo, dejase de querer ser mi amiga. No he sido capaz de abrirme y contarle mi condición sexual ni a ella, ni a nadie. Me da miedo el aislamiento, el rechazo, las burlas, la incomprensión, el repudio. Sufro en silencio y vivo escondida en mi interior, donde únicamente soy capaz de dar rienda suelta a mis necesidades, anhelos y pasiones. Martina tiene razón, vivo en mis mundos, el único lugar donde consigo ser feliz, siendo yo misma.

También te gustará: «Sueño Cumplido»