Hola, Gab:

Ahí va, otro correo que escribo pero ni loca te envío.

No era un día cualquiera, mi instinto me lo advertía y ¿qué crees? tenía razón. Te vi a la distancia y estabas con ella, no sé qué me impresionó o mortificó más. El hecho de que la besaras como solías hacer conmigo, siempre tomando todo lo que estaba dispuesta a dar y más o el hecho de que todavía imaginarte en mi cama fuera una constante todas las noches y días, pero sobre todo en las noches. ¿Qué te puedo decir Gab?, si tengo restos de ti en todo el cuerpo, me picas y no solo en mi mente. Mientras te escribo, te cuelas en mí y evoco tu aliento en mi cuello, en mi boca, en mis pechos, tus manos sobre mi cuerpo adornando mi piel, tus gemidos y gruñidos contra mis oídos, tu barba de una semana rozando allá donde se perdían tus labios. El recuerdo me obliga a enganchar mi vibrador y dejas de ser, una simple memoria. Estás ahí, haciéndome sentir tú piel contra la mía, entrando y saliendo a tu antojo, diciéndome que soy preciosa, que te encanto, que no podrías vivir sin mí, sin eso que experimentas conmigo. Dos estocadas más y alcanzo el éxtasis, que sepas que me sobrevino pensando en tus orejas, esas que siempre mordía y te hacían gemir como un animal en celo, esas a las que cuando nos conocimos hablé y vibraste de expectación; después de todo siempre habíamos estado en la misma página, ¿Verdad, Gabriel?.  Qué pena que parezca que ya no, que pena que solo te vea cuando cierro los ojos, que pena que tenga que escribir correos que nunca te enviaré, que pena que ni un vibrador pueda calmar mis ansias de ti, que pena.  

Por Camila López Morera, Relato participante en la III Edición del Concurso de Relatos Eróticos «Muerde la Manzana»

También te gustará: «Castígame