Sentados en el sofá mientras conversamos, él posa su mano sobre mi rodilla como si se tratara de un gesto casual y a mí se me encoge el estómago. Continua hablándome, pero yo ya no le escucho. No puedo. Mi cuerpo se ha convertido en un torbellino de sensaciones mientras observo esa mano sobre mi pierna y siento una especie de calor que me invade por dentro.

De repente, él detiene su parloteo. Yo levanto la mirada y él se inclina un poco hacia mí sin dejar de mirarme. ¡Madre mía! Esos ojos… esa boca… ¡Ay, Dios, pero qué bien huele! El corazón se me acelera. Él continua sin decir nada y yo bajo la cabeza algo avergonzada. Un mechón de pelo se escapa de la oreja y él me lo coloca de nuevo tras ella.

¡Esto no puede estar pasando!, pienso con un sentimiento de flojera en mis rodillas mientras él roza mi cuello con sus labios. ¡Ay, Dios! Ya no hay vuelta atrás, me digo entonces a mí misma mientras cierro los ojos y permito que sus labios recorran mi cuello.

En un momento dado, dejo de sentir sus labios sobre mi piel y abro los ojos. Él me observa fijamente y comienza a acariciarme el mentón con su pulgar. Frota con él mis labios y lo introduce en mi boca. Yo acojo ese dedo gustosa y lo acaricio con mi lengua. Ambos nos miramos terriblemente excitados y jadeantes. ¡Madre mía, que me muero aquí mismo! Con un lento movimiento, él saca el dedo de mi boca y lo pasa húmedo por mi cuello al tiempo que yo respiro jadeante. ¡No pares, por favor, no pares!, le suplico con la mirada. Él me muerde el labio y lo estira con suavidad. Después introduce con ansia en mi boca su lengua que busca la mía para unirse a ella en un idílico baile que provoca descargas por todo mi ser.

¡La virgen, cómo besa este hombre!, pienso mientras noto humedecerse mi entrepierna. Seguimos besándonos mientras su mano asciende por mi cuerpo y comienza a pellizcar mi ya endurecido pezón. Mi espalda se arquea ante la mezcla de dolor y excitación que ello me produce. ¡Ay, Dios, quiero más, quiero más!

– ¡Muérdemelo! ¡Muérdeme los pezones! –le ordeno con una voz que no reconozco.

Él, obediente, comienza a mordisquear un pezón mientras continúa pellizcando el otro, y a mí me empieza a subir un calor hacia el vientre que me hace jadear de forma incontrolada. Ya no me importa si mis pechos pueden parecerle grandes o pequeños, flácidos o firmes. No me importa si me ve vieja o joven; lo único que quiero es que continúe estirando de mis pezones y que el calor que me arde por dentro se propague más y más.

Me reclino sobre el sofá y me aferro a su espalda arañándole con fuerza mientras muevo mis caderas hacia él buscando desesperada su contacto. Él se tumba sobre mí sin dejar de jugar con mis pechos mientras su mano recorre mi muslo bajo el vestido ajustado de lycra y topa con el borde de las medias con liguero negro que me he puesto para la ocasión. ¡Ahí quería verte yo!, pienso satisfecha.

Él detiene sus besos para descender la mirada hacia lo que sus dedos han descubierto. Después me mira y sonríe mientras su mano continúa el ascenso hasta mis bragas y tira de ellas con fuerza hasta romperlas. Yo me siento terriblemente sexy y poderosa, capaz de conseguir cualquier cosa y a cualquier hombre que me proponga. Y lo que quiero en este momento es sentir las embestidas del hombre que está encima de mí y explotar en mil pedazos. ¡No puedo esperar más!

Me incorporo un poco y comienzo a desabrocharle con prisas la correa del pantalón. Sin embargo, él me retira las manos de sus pantalones y me empuja de nuevo sobre el sofá. Luego se arrodilla en el suelo y tira de mí hacia él tomando de nuevo el control. Apoya la barbilla sobre mi sexo y sonríe, para desaparecer después entre la humedad de mis piernas.

Horas más tarde estamos los dos satisfechos y desnudos sobre el sofá. Yo acaricio sus pectorales depilados y él mantiene su mano sobre mi nalga jugando a estirar, una y otra vez, el tirante de mi liguero.

– ¿Habías hecho antes esto alguna vez? –me pregunta él distraído.

– ¿Te refieres a follar? –le digo yo riendo sin disimulo.

– Ya sabes a lo que me refiero –me contesta con una sonrisa–. Quiero decir que si soy yo el primero con el que contactas a través de internet.

– Eres el primero, pero te aseguro que no serás el último.

– ¿A qué te refieres?

– Mi marido y yo seguimos unas normas básicas: no nos contamos nada de nuestras aventuras extramatrimoniales y no repetimos encuentro con ninguna pareja.

– ¿Ah, si? –me dice él arqueando las cejas

– Es una pena.

– Bueno… siempre puedes romper tu acuerdo. Tal vez podríamos vernos mañana de nuevo –sugiere él.

– No cariño, ¡hablo en serio! De verdad que es una pena que no convirtamos nuestras fantasías en realidad. Ya son muchos años de matrimonio y podemos confiar por completo el uno en el otro, ¿no te parece? Lo hemos hablado muchas veces, ¿por qué no lo probamos? Solo una vez, a ver qué pasa. Y si no nos gusta, pues volvemos a lo de siempre.

– Me lo pienso, ¿vale?

– ¡Joder, con el me lo pienso! Me voy a la ducha.

– Espera, cariño. No te mosquees… ¿Quieres jugar al cirujano y la enfermera?

 

Relato participante en la I Edición del Concurso de Relatos Eróticos «Muerde la manzana»

 

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