«Al fin acaba una dura semana de trabajo, estoy deseando llegar a casa,tomarme una copa de vino (o dos) y, ¿por qué no? Darme un rato de placer a mí misma… Y ¿qué hay más placentero que un orgasmo? Ojalá Alessandro diera señales de vida y fuera él quien me descargara, pero lleva sin aparecer por las oficinas más de una semana y tampoco me coge el teléfono, es lo que tiene ser el jefe, que puedes hacer lo que te dé la gana sin darle explicaciones a nadie.

Durante el trayecto mi cabeza no deja de darle vueltas a qué le pasará conmigo, ¿habrá descubierto lo que hice aquella noche cuando salí? Aún lo pienso y no puedo creer que fuese capaz de aquello y encima sin él. Maldito alcohol… Alessandro llevaba tanto tiempo pidiéndome cumplir aquella fantasía que, ahora, siento culpa.

Pero mi culpa dura poco cuando empiezo a recordar cada detalle de aquel momento. Fue tan caliente y excitante, que empiezo a sentir como mi coño palpita y se humedece hasta traspasar mis braguitas. Inconscientemente mis muslos empiezan a tener vida y se rozan hasta el punto que mis vellos se erizan
del placer que estoy sintiendo.

Por fin llego a casa, menudo festín me voy a dar con mis juguetes. Abro la puerta, me quito los zapatos rápidamente y me dirijo a la cocina a servirmeuna copa de vino antes de que mi cuerpo se apague y, así, seguir con la noche deplacer que me había prometido. Tengo una extraña sensación, me sientoobservada y me giro, pero, ¿qué cojones? Y ahí está, mirándome impasible consus ojos azules encendidos, me encantaría saber si de ira o de pasión.

—Alessandro, ¿¡qué haces aquí!? ¿¡Cómo has entrado!? ¡Menudo sustome has dado!—grité.

No obtuve respuesta. Siguió ahí parado, sin articular movimiento, sin decir nada. Su semblante serio me estremeció. Lo había visto así en otras ocasiones, pero no como ahora, y no, no era la primera vez que causaba esa sensación en mí,a pesar de no entender nada ya me tenía hipnotizada, la diferencia era que esta vez estaba teñido de una increíble atmósfera de misterio. Estaba paralizada, no podía hacer ningún movimiento. Mi corazón iba a mil por hora y sentía que de un momento a otro iba a explotar. Entonces, él se acercó lentamente a mí desafiándome con la mirada, hasta llegar a mi oído y susurrarme: —Sé lo que hiciste aquella noche, Chloe—dijo de una manera que provocó un escalofrío en todo mi cuerpo. De repente sentí miedo, sentí culpa, pero sobre todo sentí calor, mucho calor. Un fuego abrasador me recorrió todo el cuerpo hasta concentrarse en mi parte más húmeda, ¿cómo fuí capaz de aquello?

—Alessandro, yo…—No me dio tiempo de decir ni una palabra más. Cuando quise reaccionar me tenía arrinconada contra la pared… Podía sentir como su polla presionaba mi coño, estaba a punto de estallar, sabía lo que venía ahora y lo quería dentro de mí, lo necesitaba, era mi maldito vicio.

—Nena, ¿sabes que se avecina un castigo, verdad?—dijo. No pude contestar nada, sólo quería que me castigase ya, sabía que así tendría la noche de placer que tanto necesitaba, y sí, también a él. Me sacó las tetas y empezó a lamerlas, a amasarlas salvajemente y a pellizcar mis botones sin piedad hasta que tuvo suficiente. Estaba muriendo de placer cuando me puso de espaldas a él, me subió el vestido y me arrancó las bragas como si la vida se le fuera en ello. Me juntó mis brazos por detrás y me los agarró por las muñecas, me miró fijamente y con una voz ronca llena de rabia, o de deseo, no sabría decirlo, es tan impredecible, es tan… es tan Alessandro, me dijo: —Sabes que yo quería ser el primero en hacer aquello contigo. Te lo pedí mil veces y te negabas diciendo que te morías de vergüenza pero, aquella noche te ví hacerlo, así que ahora prepárate…—Y río con una risa ladeada que dejaba ver lo que disfrutaba con la situación, esa jodida risa que derretía a todas.

En ese momento ni si quiera pensé cómo sabía aquello, sólo quería que me follase como nada más él sabía hacerlo, quería que me follase a su manera, sin más. Ya luego le preguntaría cómo lo sabía. Me mordió el cuello, maldito hombre cómo sabía mis puntos débiles, y mientras empezaba a arder, a gemir, a temblar… Sentí una embestida brutal que me elevó y me hizo volver los ojos. Estaba tan caliente que podía sentir como mis fluidos corrían por mis piernas como la lava ardiente de un volcán en erupción, bueno, podría decir que yo era un volcán y sí, erupcionaba tan solo con la mirada inquisidora de este hombre. Me agarró el pelo en una cola dejándome caer unos mechones por delante y me estiró hacia atrás haciéndome levantar la cara. —Mírame, Chloe, ¡¡¡mírame!!!—Me dijo con un brillo en los ojos, mirándome de tal manera que hacía que mi cuerpo ardiera más si eso era posible. Lo miré pidiéndole más con mis gemidos. Con su mano libre agarró mi cadera hasta clavar sus dedos en mi carne y empezó una sacudida bestial, sentía que me iba a partir en dos, iba a correrme pronto, pero paró… no sé cuántas veces me hizo aquello, pero era un martirio.

Sí, ese era mi castigo. Volví mi mirada hacia él con desesperación pidiéndole ese orgasmo que tanto ansiaba. Entonces me dijo:—La próxima vez que quieras hacer un trío sin mí, lo pensarás dos veces, mi querida Chloe.»

Por María Paredes, participante en el Concurso de Relatos Eróticos «Muerde la Manzana»

 

También te gustará: «El Bombón y yo. Relato erótico!