¿Quién puede evitar la tentación de comerse un bombón?

Yo tomo uno todas las noches de un tiempo a esta parte. Acto este que me rejuvenece y revitaliza. Una necesidad vital a día de hoy.

Compro los de más alta calidad en una tienda de delicatessen del centro de la ciudad. Tiene un rincón gourmet del chocolate y a mí me da mucho de sí. Un mundo de pralinés de finas texturas y sabores intensos, fruto de una elaboración que parte de los mejores ingredientes, cien por cien naturales.

Bellamente envueltos. Con una presentación sofisticada y refinada que agrega gozo a saborear esas pequeñas muestras de arte.

Llega la noche. Comienzo con los preliminares que son tan sensuales y cachondos que seleccionar un bombón se convierte en una sublime e íntima bacanal privada.

A veces me visto con un picardías rojo de charmeuse salpicado de suaves florecitas de tul. Otras me envuelvo en una malla de seda negra que resalta todos mis encantos, pero también muchas veces se reduce a un aquí te pillo aquí te mato, con mi ropa de algodón de estar por casa.

De cualquier manera siempre es un regocijo.

Esta noche estoy desnuda de ropa y de prejuicios.

Estoy sola como todas las noches de estos dos últimos años.

Tan sola que ese instante diario es un lujo que de momento no deseo compartir.

Estoy muy desnuda de cuerpo y alma. Abierta al deleite carnal.

La semi penumbra me rodea libidinosa. Las luces del exterior penetran por los ventanales del salón de mi casa. Una iluminación amarillenta y rojiza, como llamaradas lujuriosas que decoran el instante.

Estoy tumbada sobre la manta clara y suave que cubre mi sofá. Aquella manta que me regaló mi última pareja para acurrucarnos bajo ella las tardes lluviosas de un invierno que nunca llegó para nosotros. Una relación que se prolongó hasta el final del verano, dos días después de que me obsequiase aquella algodonosa manta. La que me hizo entender que no quería ovillarme bajo ella con él.

Tenía la caja de bombones posada sobre mi desvestido vientre. Un ostentoso estuche de regalo, una obra maestra del empaque. La bombonera ideal para resguardar aquellos bocados de placer.

Mis ojos danzaban de un lado a otro de la caja, indecisa. El dilema de la elección desplegaba una fogosidad interior placentera y cálida.

Me decidí por un praline de chocolate negro con un toque de sal del Valle salado de Añana. Era un bombón sin embalajes, desnudo al igual que yo y me despertó cierta complicidad.

Cogí el bombón con sutileza al tiempo que depositaba la caja en el suelo. Lo miré.

Una humedad cosquillosa se apoderó de mi sexo y de mi boca.

El ritual de saborear el bombón me excitaba de tal manera que alteraba sexualmente todo mi ser.

Lamí el bombón y lo deslicé por la comisura de mi boca, perfilando mis labios con aquella bomba de sensaciones. Lo introduje en mi boca con premura y mordisqueé una arista de aquel deleite. Emití un gemido de placer. El estallido de sabor desencadenó que mi mano libre reptase por mis senos jugueteando con mis pezones erectos cual dos bombones de chocolate crocante.

Saqué la lengua y relamí las marcas del chocolate a lo largo de mis labios mientras mi mano seguía descendiendo por mi cuerpo hasta llegar a mi vagina lubricada por la voluptuosidad de la noche y del deseo.

Entorné los ojos y paseé mis dedos con destreza por los pétalos de mi vulva excitada.

Me introduje el resto de bombón en la boca y lo mastiqué con desenfreno al tiempo que unos movimientos digitales acompasados en mi sexo buscaban llegar al orgasmo.

El sabor agridulce del bombón salado se mezcló con varias descargas de tensión sexual, conduciéndome al maravilloso clímax sin remedio.

Agitada y convulsa, con el regusto del bombón y de la satisfacción sexual obtenida, me enredé en la manta del desengaño, soñando con el bombón con el que gozaría mañana.

La soledad no es cortapisas para disfrutar de una misma, con una misma y un bombón… de chocolate.

Relato participante en el concurso de Relatos Eróticos «Muerde la Manzana»

 

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