Era una noche gélida, gélida como su corazón. Pero yo sabía cómo derretir esa fachada de hombre todo poderoso.
Salí de mi apartamento enfundada en mi gabardina negra en dirección a su casa. Quince minutos más tardes estaba aparcando en frente de su puerta. Salí del coche y llamé al portero automático. Al poco tiempo la puerta se abrió, apareciendo tras ella Héctor.
—Hola querido, ¿qué tal? —saludé de una manera seductora.
—¿Qué coño haces aquí? —Vociferó al verme— Entra antes que alguien pueda verte.
Me agarró del brazo y tiró de mí hacia el interior de la casa. Había estado un par de veces en su domicilio, pero no dejaba de asombrarme la enorme estancia rodeada de grandes ventanales que daban al jardín. Estaba todo ordenado con sumo cuidado y sin una mota de polvo en sus muebles o estanterías llena de libros. Las luces de la piscina siempre estaban encendidas, se podía ver el fondo con mosaicos azules dibujando la silueta de una bella sirena. Las tumbonas con su tapicería blanca impoluta y el césped cuidadosamente cortado. Volví mi mirada a la suya, estaba enfadado, muy enfadado.
—¿Qué haces aquí, Estela? —preguntó de nuevo.
—He oído que has tenido una mañana de reuniones un poco complica y he querido pasarme para animarte.
—¿Te crees muy graciosa? Vete antes de que cometa una locura.
—Uhm, ¿me vas a castigar? He sido muy mala señor López, creo que necesitaré unos azotes. —Esto último lo dije mientras desabrochaba lentamente los botones de mi gabardina y dejaba ver la ropa interior que llevaba debajo, solo la ropa interior.
Vi cómo se empezaba a poner nervioso, respiraba de una manera más profunda y su nuez indicaba que estaba empezando a salivar, solo de ver el manjar que le estaba ofreciendo.
Dejé la prenda encima del gran cheslonge color crema. Me acerqué hasta llegar a su altura, me puse de puntilla hasta rozar mis labios con el lóbulo de su oreja izquierda y le susurré que me castigara por mi osadía.
Oí como tragaba con dificultad debido a la excitación, sabía que no se resistiría mucho tiempo. Le cogí las manos y puse sus palmas en mis pechos. Le miraba de una manera sensual y dándole a entender que estaba dispuesta a todo, como siempre. Lo quería dentro de mí como ya había hecho muchas veces a escondidas.
Solté sus manos, este bajo sus brazos y cerró los puños de tal manera que empezaron a cambiar el color por la presión.
Me di la vuelta y me encaminé hacia la gran mesa de cristal que había justo en el centro de la estancia. Giré mi cuerpo y me senté en ella, el frío cristal hizo que todo mi
cuerpo experimentara un escalofrío. Abrí mis piernas y dejé que viera las transparencias de mi ropa interior, podía distinguir mis sonrosados pezones y mi pubis totalmente depilado. Advertí su erección debajo de sus pantalones de traje fino y caro de color azul marino.
Pasé mis dedos por mis labios coloreados de un rojo intenso, color que a Héctor le encantaba. Humedecí mi dedo índice y lo bajé por mi rostro, cuello y clavícula hasta llegar a uno de mis pechos. Deslicé las copas de mi sujetador para liberarlos para que pudiera ver en toda su plenitud, cómo masajeaba mis pezones. Héctor permanecía inmóvil frente a mí, sin hacer ningún sonido, solo contemplando mis movimientos. Continué con mis caricias hasta que posé una de mis manos en mis húmedas braguitas. Me incorporé levemente para quitármelas y con la punta de mi fino zapato se las lancé. Él las cogió al vuelo y se las llevó a la nariz. Cerró tan fuerte los ojos mientras las olía que las marcas de sus ojos se acentuaron por la acción.
Volví a sentarme en la mesa con mis piernas ligeramente abiertas y llevé uno de mis dedos a mi boca para seguidamente introducirlo en mi caldeado interior. Cuando sentí el contacto de mi dedo, un sonoro gemido escapó de mis labios. Entonces Héctor se me abalanzó y devoró mi boca con desesperación. Con sus duras manos oprimió mis pechos y lamió mis pezones, consiguiendo que se pusieran más duros de lo que ya estaban.
—No me provoques, Estela. Ya sabes el efecto que tienes sobre mí.
Mientras con mirada felina me decía esas palabras que también me sabía, se bajó los pantalones junto al bóxer y me penetró de manera desesperada. Eché mi cabeza hacía atrás con cada envestida, me tenía el cabello cogido con una mano y con la otra empujaba mi cadera hacia él. El ritmo de nuestro erótico baile era cada vez más frenético, palmeaba mis nalgas provocando un sonido sordo en el salón. Solo se escuchaban nuestros jadeos y el sonido de nuestros sexos chocando el uno con el otro. Pasé una de mis manos por mi clítoris para acelerar mi orgasmo, lo necesitaba. Necesitaba liberarme de esa tensión que Héctor provocaba en los más profundo de mi ser. Con unos rápidos movimientos el esperado orgasmo llegó inundando el espacio con mis gritos de placer. Héctor se separó y comenzó a masturbarse derramando toda su esencia encima de mi palpitante sexo.
Estábamos sudorosos y con nuestras respiraciones aceleradas, mirándonos fijamente a los ojos cuando oímos un ruido detrás de Héctor. Este se giró, dejándome ver lo que ocurría detrás suyo. Era Paola, mi hermana, había llegado antes de su viaje de negocios, y se había encontrado a su marido y a su hermana follando como adolescentes en el salón de su casa.

Por Isa Velázquez, relato participante en el Concurso de Relatos Eróticos «Muerde la Manzana»

 

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