El nivel de relatos recibidos en la Primera Edición de nuestro Concurso de Relatos Eróticos «Muerde la Manzana», que organizamos junto a las revistas Diez Minutos y Qué Me Dices! fué muy alto. Elegir al ganador no fué fácil, había muchos relatos que nos gustaron, como el finalista, de Mérida Rodríguez. Aquí os lo dejamos, ¿ qué os parece?

» ¿Qué cojones me ocurre?

Me acabo de comprometer con su hermano. No es normal que esté pensado en arrancarle el vestido. Ni que se me humedezcan las bragas con solo imaginarla desnuda.

Mierda. Álex me pone. ¿Desde cuándo? Ni idea.

Voy hacia los lavabos de la discoteca en la que nos encontramos. La cola que hay es enorme y aguardo. Sin previo aviso, una mano tira de mi brazo y me interna en el cuarto que está a mi derecha, el que es solo para el personal. Me volteo y la distingo. Es ella. Entonces, hago lo impensable: me lanzo sobre sus generosos labios.

Gime en mi boca y aprovecho el momento para meter mi lengua en ella. Álex me empuja hacia atrás, hasta que quedo apresada contra la pared y, sin dejar de besarnos, interna una mano por mis muslos. Me acaricia con sus suaves dedos y estoy a un paso exacto de estallar. Nunca me he sentido tan ardiente. Tan anhelante.

Percibo como sus dedos alcanzan mis bragas. Suspiro. Álex llega hasta mi coño y juguetea con él por encima de la dichosa tela. Dios, si no me las quita ella, me las arrancaré yo.

⎯Vega ⎯suspira sin separar sus labios de los míos⎯, ¿estás segura?

Asiento.

Se aproxima a mí hasta que su frente descansa sobre la mía. Alza la otra mano y me tira del recogido hacia atrás, hasta que me veo obligada a mostrarle mi cuello. Me lame la vena palpitante antes de morderme. Sollozo su nombre y ella me recompensa metiendo un dedo en mi interior.

⎯Joder, cariño, estás empapada.

Clamo. Reniego. Rujo su nombre. Hago las tres cosas a la vez. Y ella mete otro dedo más.
Una sonrisa hambrienta aparece en su rostro. Lubrico. Mucho. Madre mía, estoy en la puta gloria. Continúa masturbándome y un gemido torturado se escapa de entre mis labios. Disfruto como nunca. En la vida había sentido tanto placer. Cuando mis dedos se clavan en su nuca y advierto una opresión punzante que purga por salir y un cosquilleo me recorre las piernas, añade su pulgar a la ecuación que se concentra en mi clítoris. Entra y sale de mi sin descanso a la vez que frota mi centro, proporcionándome un mayor disfrute. Entonces estallo en un grito tal, que me tiene que besar para que mis jadeos no sean escuchados por los que se apelotonan en la cola del aseo.

Me quedo estática. Escucho mis sollozos y distingo mi respiración alterada. Álex saca los dedos y se los mete en la boca mientras me contempla con avidez. No lo resisto y vuelvo a besarla. La paladeo. Percibo mi sabor en su boca. Saco mi lengua y recorro sus labios con ella. ¿Desde cuándo soy tan abierta en el sexo? La confianza que siento con Álex, no la he tenido con nadie. Ni siquiera con su hermano.

⎯Me encanta sentir tu piercing de la lengua. No sabes la de veces que he soñado con él y con averiguar en dónde escondes los demás.

En un ataque de valentía, porque pienso que: de perdidos al río, me bajo mi vestido negro con escote a la espalda ⎯lo que implica que no uso sujetador⎯, y le muestro mis pechos. Ella no aparta la vista y se relame famélica. Se acerca un poco más y alza su mano hasta que me roza un pezón. Ambos están perforados y ella no deja de contemplarlos como si fuera una niña el día de Navidad. Y me encanta saber que el puto regalo de Álex soy yo.

⎯Hostia, Vega. Eres increíble.

La observo. Tan guapa. Tan radiante. Tan mía. Me lanzo a por ella, sin pensármelo. Atrapo sus labios y la lujuria se apodera de mí otra vez. La acaricio. Esta vez soy yo la que se recrea en su cuerpo. Ella se deja hacer. Ahora es ella la que acaba atrapada entre la pared y mi cuerpo. La despojo de su increíble vestido rojo y me quedo embobada con su ropa interior de encaje del mismo color. Sin apartar mis ojos de los suyos, le bajo las bragas. Ella gime. Suplica. Me nombra varias veces y mi nombre en sus labios me provoca demasiado. Quiero oírselo decir más veces. Muchas más. Me arrodillo y le lamo en el centro, torturándola con mi piercing.

Le como el coño.

Se lo succiono.

Y disfruto con ello.

Elevo una de sus piernas y la coloco sobre mi hombro. Solloza. Sus reacciones me dan alas y la devoro sin descanso. Me atrevo a tocarle el ano. Ella se sacude en mi boca, pero no me aparta. Paseo un dedo por su coño lubricado antes de arrástralo al culo una vez más. Álex se muerde el labio inferior. Implora. Me mira con sus ojos entrecerrados, pero me permite hacer lo que deseo. Juego con su ano otro poco hasta que considero que es el momento de continuar con su tortura. Le aprieto las caderas y dibujo pequeños círculos con mis dedos, percibo como su piel se eriza. Toda su piel. Sus pezones están enhiestos, sus ojos entreabiertos, su boca…

Dios, su boca.

No lo soporto más y mis dedos acuden a la llamada de mi cuerpo. Me masturbo a la vez que la saboreo. Gime al darse cuenta de lo que estoy haciendo y me humedezco más si cabe. Está apunto. Lo sé. Es innato. Como todo lo que estoy haciendo esta noche. Con ella nada parece estar mal. Y, joder, yo también voy a correrme. Mi lengua queda atrapada en su interior cuando convulsiona. Alcanza el clímax y a los pocos segundos grito su nombre arrastrándome por el placer que ella incendia en mí.

Y, esa noche, follamos como dos animales en celo.

Sin descanso.

Sin darnos tregua.

¡Bendito despertar! «

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