La rutina del día a día y la rapidez con la que pasan las horas no deja sitio para nada que no sea llegar puntual al trabajo, hacer todas las tareas domésticas, ir a sudar al gimnasio y un poco de lectura rápida o tele-basura antes de dormir.

Inevitablemente al lunes le sigue el martes, al martes el miércoles y al miércoles… ¡¿¡qué sucede!?! ¡Oh no! Corto el hilo de mis pensamientos y me doy cuenta de que se me ha pinchado una rueda en plena autopista.

Aparco en el arcén, enciendo las luces de emergencia, me pongo el chaleco reflectante, busco en el maletero los triángulos y empiezo a caminar para colocarlos por delante y por detrás del coche. ¿A cuántos metros de distancia había que ponerlos? Ni idea, no me acuerdo.

Cuando termino me meto en el coche y busco el teléfono de la grúa, ahora toca esperar y esperar, así que aprovecho para llamar al trabajo:

– Llegaré tarde -les digo.

– Vale no te preocupes-me contesta la recepcionista.

Llega la grúa, baja el técnico y le explico lo ocurrido. Se pone manos a la obra y empieza a cambiar la rueda pinchada con rapidez y eficacia, yo rebusco en el maletero y encuentro la de repuesto, se la paso y al tocarse nuestras manos siento un calambre ¡ay! Doy un respingo y me froto la mano, será cosa de la electricidad estática, pienso para mi, pero mi cuerpo siente una especie de calor…serán los nervios, el arcén de la autopista es un sitio peligroso hay que salir de aquí cuanto antes.

Mientras el técnico trabaja le miro de reojo y veo a un chico bastante guapo, él se gira hacia mí como si hubiera notado que yo le observaba, me pongo algo colorada y desvío la mirada hacia otro lado, me pide que arranque el motor, doy media vuelta disponiéndome a obedecer cuando sin saber por qué ni con qué tropiezo y ¡zas! Me dirijo al suelo de bruces, cierro los ojos como acto reflejo preparándome a sufrir el batacazo, pero unos brazos fuertes me sostienen por la cintura evitando así el golpe inminente, me levanta y me gira hacia él, yo me recompongo el vestido como puedo pidiendo disculpas, dando las gracias y subiéndoseme los colores hasta la raíz del pelo, pero…no me suelta, me sigue sosteniendo firme, esperando…entonces yo le miro de frente: cara a cara, me veo más baja y menuda que él ¡guau! Ahora lo veo muy muy guapo, me resulta atractivo y bastante imponente.

Nuestros ojos se miran durante unos segundos, nos observamos sin hablar, en silencio, siendo muy conscientes el uno del otro, entonces él se inclina despacio hacia mi, acortando la distancia personal de cortesía y yo me dejo llevar.

Noto que empiezo a temblar ligeramente y a parpadear demasiado por culpa de los nervios que me entran, él lo nota y sonríe de medio lado enseñándome unos dientes blancos y bien alineados ¡guau!

Mi cuerpo reacciona a una especie de tirón o impulso hacia él, me echaría en sus brazos y me perdería en sus ojos sin control, pero ¡no! ¿Qué pensará de mí? ¿Estoy loca o qué? Entonces me intento retirar hacia atrás para mantener cierta distancia, pero él se acerca más y me pregunta con una voz muy sugerente llena de peligros:

– ¿Has sentido lo mismo que yo?

Le miro desconcertada y bajando la mirada hasta sus pies le digo:

-Sí lo he sentido.

Un calor abrasador empieza en la parte baja de mi vientre y se expande por mi cuerpo subiéndome la temperatura a mil. Siento algo carnal, visceral, una especie de instinto animal.

Me doy cuenta de que no me importa quién es, ni de dónde viene, sólo veo y siento el presente, su presencia y su olor que me invade todos los sentidos y me atrae con fuerza, no sé cómo explicarlo, nunca antes me había pasado algo así y entonces…

Entonces su boca de labios fuertes y carnosos se me acerca peligrosamente y sus ojos me miran chispeantes, soy incapaz de resistirme, no quiero resistirme y estampo mis labios contra los suyos buscando una respuesta a tanta urgencia, y la encuentro…

Encuentro un sabor divino nunca antes probado, una boca que me come, que busca y rebusca con urgencia saciar una sed loca, no tengo escapatoria, el beso se prolonga no sé cuánto rato pues pierdo la noción del tiempo y del espacio.

   Pero la realidad se impone y ¡¡¡piiiiiiiii!!! El pitido de un coche nos saca del estado de trance en el que estábamos y nos miramos con ganas de más.

   Es como si nos conociéramos de antes y nos hubiéramos reencontrado queriendo recuperar el tiempo perdido.

   Me suelta rápidamente y siento frío, un vacío en mi estómago se abre paso y me suben unas naúseas a la boca que me hacen agacharme, me tambaleo y cuando me recompongo él ya se ha ido. Me he quedado sola con un torbellino de pensamientos y sensaciones encontradas sobre lo ocurrido ¡¿¡¿guau!?!?!

   Subo a mi coche, arranco y me incorporo a la circulación, al llegar al trabajo desempeño mi labor automáticamente y sin darme cuenta el día ha pasado en un suspiro.

   Recojo mis cosas y voy al aparcamiento a por mi coche, entonces le veo, está apoyado en el capó con los brazos cruzados esperándome, yo comienzo a temblar como la hoja de un árbol a punto de caer y al llegar a su lado me dice:

– He venido a terminar lo que hemos empezado…

   Y desde ese día, aunque al lunes le sigue el martes, al martes el miércoles y así sucesivamente, las semanas ya no son tan aburridas ni monótonas para mí. Él ha cambiado mi vida y yo la suya, y juntos estamos escribiendo el libro de nuestra vida en común…

Por Matie, Relato participante en la III Edición del Concurso de Relatos Eróticos «Muerde laManzana»

También te gustará: «El placer de tus ojos grises»