Me levanto y miro el despertador; las seis de la mañana. Me pongo las mayas, el sujetador deportivo y me enfundo en una sudadera que tiene más años que yo. Me voy al gimnasio, como cada mañana a las siete, esperando bajar algo de peso esta semana y lo veo; el nuevo. Ya había oido rumores pero todos se quedaban cortos. Tenía el pelo largo y rubio, y una piel dorada por el sol que me hacían imaginarlo sobre una tabla de surf cabalgando el mar como hacía mucho que no me cabalgaban a mí. Por ahora no había nadie más en la sala de máquinas porque era temprano, así que aproveché para subirme en la cinta más próxima a él para mirarle mejor.
—Buenos días—me dijo quitándose unos de sus auriculares.
—Ahora sí…—susurré para mí, sonriéndole al chico de los ojos grises.

La camiseta de tirantes, y por cierto, muy ceñida que llevaba y sus mayas cortas fueron mI perdición. No pude evitar fijarme en cómo se le marcaban los músculos a cada paso que daba y como su virilidad no tenía nada que envidiar a la de otros que había visto.
—Si la enciendes funcionará mejor—señaló el monitor de mi máquina, aún apagado.

Se echó a reír y yo me sonrojé. Le di al botón de start mientras aceleraba el paso e intentaba no mirar a mi izquierda. Me había quedado tan absorta mirándolo que por un momento había olvidado dónde estaba. Tras varias miradas y un rato de no hacer nada más que observarle embobada, decido irme a la ducha para calmar el calor y la agitación que el encuentro me había provocado.

Me meto bajo el grifo de las duchas comunes y trato de relajarme entre el vapor. De repente, siento cómo me observan unos los ojos grises. Me enjuago rápido la cara para enfrentarme a él.Intento evitar mirarlo y me doy cuenta de que tengo la boca abierta. Verlo ahí, desnudo, acariciando su dureza me dejó sin hablo.

Levanto los ojos para recuperar la poca compostura que me queda pero me encuentro con sus ojos. Veo cómo se le curva el labio en una sonrisa de suficiencia y yo trago saliva.
—No has oído nada sobre la privacidad?—le gruño.

Pero él me mira con esos ojos grises y siento una punzada casi tan dolorosa como placentera en mi zona vulnerable. Me voy poniendo roja, pero gracias a dios no se da cuenta por el calor de la ducha.

—Tócate para mí—ordena. Y por un momento tengo ganas de protestar, pero sus ojos……esos malditos ojos y esa forma de morderse el labio inferior hacen que sienta una descarga en mi columna que me empuja a darle lo que quiere, a complacerle, a hacerle disfrutar.

Veo cómo se apoya contra la pared esperando y yo abro mis piernas. Bajo mis dedos a la humedad de mi clítoris, esta abultado y al notarlo bajo la yema de mis dedos cierro los ojos dejándome llevar. El placer es intenso y el agua de la ducha, que cae sobre mis pezones, me excita aún más.
—Mírame—me dice entre jadeos.

Hago lo que parece ser un esfuerzo inhumano para abrirlos y lo veo con ojos de deseo. Su pene crece aún más y sus venas son cada vez más latentes. Siento la necesidad de probarlo, de saborearlo, pero él niega con la cabeza frenando mi intento de acercarme.
—Aún no, preciosa, quiero ver que te corres para mí.

Mira el movimiento de mis dedos sobre mi zona sensible y aprecio un leve movimiento en su entrepierna. El placer que me provoca sentirme tan deseada hace que no tarde en llegar al climax, ese intenso y placentero clima y, a la vez, tan doloroso.

Me quedo jadeando mientras apoyo las manos contra la pared para no caerme mientras mis piernas se debilitan. Siento que me voy a caer pero entonces, siento el calor de su miembro rozarme una nalga y sus manos tomándome fuerte por la cintura a la vez que me apoya contra la pared. Con un ágil movimiento, consigue separarme las piernas lo suficiente para abrirse paso hasta mizona cada vez más húmeda.
—¿Estás lista?—me muerdo el lóbulo de la oreja mientras yo gimo y asiento repetidas veces—. ¿Segura?

Antes de poder contestarle noto cómo me penetra, provocándome un grito ahogado casi insonoro. Las estocadas son cada vez más intensas y no puedo evitar cerrar los ojos.
—¡Mírame!

Giro la cabeza y le veo. Sus pupilas están cada vez más dilatadas mientras siento cómo su miembro palpita en mi interior. Lo va a hacer. Se va a correr. Se va a correr sólo para mí. El deseo y la conexión hacen desaparecer todo, sólo estamos nosotros, nosotros y nuestras miradas. Quiero que se corra, necesito hasta la última de sus gotas en mi interior.

De pronto, oímos la puerta del vestuario y él me tapa la boca, pero no cesa en su movimiento. Arqueo la espalda de placer al tiempo que él se envuelve mi pelo en la mano para tirar de él y pellizca, a la vez, uno de mis pechos.
—Voy a correrme—me susurra al oido entre jadeos—. Voy a correrme sólo para ti.

Esas últimas palabras fueron suficientes para que el placer que se localizaba en la zona baja de mi vientre llegase hasta mi feminidad provocando en mí una descarga intensa de placer y dolor a partes iguales. Cierro los ojos para que la sensación invada cada parte de mi cuerpo.
—¿Estas bien?
Intento abrir los ojos pero la sensación es demasiado intensa.
—¿Estas bien?
Cuando los consigo abrir, sigo en la cinta, jadeando y empapada.

—Sí, perfectamente—salgo pitando de la sala sin mirar atrás y me meto en la ducha, esta vez de verdad.
—¿Necesitas ayuda?
Me giro y ahí están; los ojos grises.

Relato particpante en la II Edición del Concurso de Relatos Eróticos «Muerde laManzana»

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