Ella observaba su erección que no dejaba nada a la imaginación. Lo miró exhaustiva, sin saber qué decir pero con alguna que otra idea por hacer. El sudor invadía cada centímetro de su cuerpo húmedo que penetraba cada poro de su piel.

Él, mojado en silencio, iba desnudando con la mirada su cuerpo frío y a la vez intenso, hasta dejarla desnuda por completo. Continuó, mientras con sutileza y a la vez algo de picardía, iba descendiendo por sus blancas piernas hasta sus muslos y lo acarició delicadamente con sus manos suaves y perfectas, dejando que la humedad y el placer lubricasen en intimidad.

– ¿Así te parece perfecto? Le preguntó sin necesidad de hablar. Ambos solo pudieron gemir en silencio – .

Todo empezó en aquella casa, a la que ella no había ido en su vida. Aunque era frecuentada los fines de semana.

Ella, morena, veintisiete años. Melena larga, casi por encima de la cadera. Minifalda, que dejaba ver sus blancas piernas y una timidez que no podría superar nadie. Aprovechó para observar su cuerpo fuerte y esas manos que volvían loco a cualquiera.

Hacía tiempo que no se mordía el labio inferior y lo que menos se esperaba era tenerle enfrente,mirándola de esa manera, que no hacía falta decir nada. Encajaban perfectamente, saltándose la vidaa mordiscos.

Podían notar el calor. La delicadeza con la que se miraban, sin llegar a tocarse. Eso hacía queaumentara el deseo y el placer, de que sus manos se perdieran sin control por debajo de suminifalda, y su boca, sumergiéndose en ese olor que desprendía su cuello.

Él, tragó saliva y cruzó su mirada con su cuerpo, sabiendo que ella lo iba a notar. Se imaginaba cómo sería su cuerpo desnudo y cómo se vería sin esa timidez que tanto la caracterizaba. Los gemidos en silencio eran cada vez más altos.

Era morboso que, quienes solo se habían visto una vez, pudieran escucharse, mientras el placer aumentaba sin control.

Él, fue desabrochando cada botón de la camisa que ella tanto amaba. La abrió despacio, con delicadeza, saboreando cada lunar. Dejó al descubierto sus grandes e hipnóticos pechos. Pedía subir el volumen de aquel cálido gemido que él tanto deseaba.

Observó detenidamente las piernas que tanto le gustaban y no podía dejar de mirar. Fue descendiendo hasta llegar a ese lugar cálido e irreprochable. Con delicadeza, la hizo llegar al clímax más intenso y perfecto que jamás llegaron a sentir.

Él, la miraba excitado, mojado, por culpa de aquel pequeño cuerpo que lo dejó devastado.

La temperatura empezó a subir hasta que el termómetro explotó.

El calor se hacía hueco entre los cuerpos sudorosos y los pequeños orgasmos que yacían en silencio. El placer se podía cortar con un cuchillo, al filo de los pequeños orgasmos, protagonistas de las promesas implícitas que llamaban al deseo.

El pelo caía sobre el pecho, el cual era recorrido sin prisa con la yema de los dedos. La piel se empezó a erizar y el juego de miradas iba acompañando cada beso que se pronunciaba entre ellos.

El sonido del beso lleno, con forma de sonido estridente mirando hacia la pared.

La piel arañada, con señal de haber sido bailada hasta el final.

Sus manos marcaban el recorrido con movimientos rotatorios que llegaban hacia el infinito.
La respiración como banda sonora.
Éxtasis.

La censura y su impaciencia por querer más, gobernaban el antojo de la necesidad de seguir rozando con la lengua la piel que seguía húmeda, sin miedo a que se enfriara. Su boca marcaba el camino hacia la parte interna de sus muslos, mientras le agarraba la cabeza para marcar el compás del remate final.

Físicamente aún seguían con la ropa puesta, mentalmente, desnudos por completo.

Puso sus manos bajo su ropa, tocando todo lo que se encontraba por el camino, siendo consciente de que provocaría gemidos colocados sobre su boca. Recorrió su cuerpo con sus manos, liberando la humedad.

Él, se subió la camiseta para que siguiera acariciando su piel con sus suaves y delicadas manos y ella, pudo sentir cómo seguían temblando. Sintieron cómo las ganas cada vez eran mayores.

Sus dedos se enredaban en su pelo, acariciándole por completo, sin perder de vista esos ojos que hacían perder el sentido en la más estricta intimidad.

Los dos tenían el control, con la suavidad necesaria para excitarse hasta el más extremo gemido.
Despacio. Sin prisas. Contrayendo cada músculo, encontrándose en cada ángulo de placer.

– Lo que daría por perderme entre tus piernas .

Sus deseos fueron órdenes.

Le tumbó en la cama, se dejaron llevar, y se sumergió entre sus humedades, mientras ella se ahogaba en su boca.

Su piel, su olor y sus perfecciones les hicieron retorcerse de placer entre las sábanas, que ya no tenían nada que ocultar.

Las manos fueron las protagonistas. Sus manos ardían y las de ella temblaban. Acarició su cabeza con toda la picardía que la quedaba en su pequeño cuerpo. La levantó, y con un simple movimiento la puso boca arriba. Puso su dedo índice en el pecho y fue bajándolo, lentamente, hasta llegar a su ombligo.
Siguió bajando.
Y siguió.
Un poco más.

– Mañana no podremos caminar. Pero merecerá la pena .
– Calla. No hables .

Apretó sus piernas, sintiendo por completo el hormigueo en la húmeda entrepierna, el calor que él no podía evitar tener.

Uno, dos, tres, cuatro y cinco embestidas, fueron suficientes para llegar hasta el fondo. Sus gargantas gritando firmes jadeos, sus labios en su oído. Su cuerpo sudoroso chocando contra el suyo. Las húmedas entrepiernas se besaban tan bien, que no pidieron permiso para la colisión.
Volvieron a dejar escapar otro gemido, mucho mayor que los anteriores.
Un orgasmo sin fin, colocado en su boca, rompiendo el silencio.
Se tumbaron uno al lado del otro, sin intención de decirse nada, no había explicación a tanta explosión.
Sintieron cómo sus cuerpos se destensaban y pusieron el placer sobre sus bocas.

Por Galena Hera, relato participante en el I Concurso de Relatos Eróticos de Gleeden «Muerde la Manzana»

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