Le miré a través de todas las personas que había en la fiesta. Él estaba esperando encontrarse con mi mirada. El juego empezaba a resultarme demasiado excitante. Un calor recorrió mi cuerpo y se hizo visible en mis mejillas, sin embargo no estaba dispuesta a parar. Necesitaba más, ese simple juego de miradas estaba consiguiendo hacerme sentir más viva que nunca.

Di unos pasos y volví a buscar su mirada azul. Él me sonrió y yo me atreví a abandonar sus ojos y a recorrer su cuerpo sin importarme si él se daba cuenta o no de lo que lo estaba haciendo. Lo estudié con detenimiento, recreándome en cada parte de su anatomía. Solo llevaba un bañador oscuro que le caía ladeado por la cadera, sugiriendo más de lo que seguramente él pretendía. Mordí mi labio inferior y de pronto sentí un pinchazo en mi entrepierna. Me moría por descubrir que guardaba ese bañador.

Él se movió y le perdí entre la gente. Me acerqué a la piscina y me senté en el borde disfrutando del agua fría en mis piernas. Tenía que encontrarle de nuevo, estaba ansiosa por hacerlo, su cuerpo era un pecado para la vista y en poco tiempo me había visto envuelta en un juego de miradas cargadas de deseo. Miré a mí alrededor y entonces lo encontré. Estaba cerca de mí, lo suficiente como para hacer que me estremeciera. Le volví a sonreír y con toda la inocencia que pude encontrar jugueteé con las piernas en el agua y agité mi cabello suelto con la intención de cautivarlo y también de aliviar un calor que venía desde lo más profundo de mi interior.

Metí la mano en el agua y después la paseé por mi cuello dejando que las gotas buscaran su propio camino a través de mis pechos. Con sutileza volví a girar la cabeza, parpadeé un par de veces y cuando lo vi, mi corazón se aceleró. Su boca entreabierta y sus ojos agudizados y vivos me indicaban que estaba disfrutando con lo que veía hasta el punto de dejarle sin respiración. Él me deseaba tanto como yo a él, demasiado para ser un desconocido al que había visto por primera vez, pero que había conseguido ruborizarme y excitarme más que cualquier otro.

Me levanté de la piscina y caminé hacia él. Sabía que me esperaba y cuando me estaba acercando le lancé una intensa mirada, pasé rozando mi brazo contra el suyo y seguí mi camino. Entré en la casa muy consciente que unos pasos detrás de mi venía ese hombre ardiente. Me paré frente a un dormitorio y sin pensarlo dos veces abrí la puerta y entré. La luz estaba apagada, apenas unos rayos de sol se colaban a través de la ventana. Una mano me agarró del brazo y escuché como la puerta se cerraba. Me di la vuelta y me encontré con sus ojos. Su rostro estaba tan solo a un centímetro del mío, su respiración agitada chocaba contra mis labios a la vez que mi corazón retumbaba contra mi pecho haciéndome jadear. El contacto con su piel me quemó pero mi cuerpo ansiaba más.
—¿Vas a decirme tu nombre? —preguntó junto a mis labios.
Su nariz rozó la mía y yo contuve el aliento.
—Solo si lo mereces.

Él sonrió, puso una mano sobre la parte baja de mi espalda y me pegó a su cuerpo. Noté como bajo aquel maldito bañador tenía una erección dura como el acero.
—¿Me lo dirás si consigo hacerte gemir? —susurró de nuevo.
—Prueba. —Le reté mientras mis manos le rodeaban el cuello.

Sus labios atraparon los míos con impaciencia. El juego de miradas se convirtió en una fogosa codicia por tocarnos. Me apreté más contra su cuerpo mientras exploraba su boca que parecía no saciarse de mi sabor. Sus besos decididos y ansiosos me estaban llevando a la locura. Enterré mis manos en su pelo y él deslizó las manos por mi trasero, lo masajeó con detenimiento mientras yo me restregaba contra su erección. Con un gruñido me levantó del suelo y yo le rodeé la cintura con mis piernas. Caminó conmigo por la habitación mientras nuestras bocas no dejaban de saborearse, de morderse, dejando escapar suspiros de placer.

Noté como me apoyaba contra un mueble con brusquedad, sonreí en sus labios y él buscó mi cuello con su boca, lamió cada rincón y fue descendiendo hasta encontrarse con mis pechos, mordisqueó uno de mis pezones erectos sobre la tela de mi biquini y gemí echando la cabeza hacia atrás. Con mis manos busque la cintura de su bañador, dispuesta a sentirle dónde tanto lo ansiaba. Lo bajé lo suficiente como para que su miembro quedara desnudo entre nosotros, él metió la mano en mi entrepierna, ladeo mi biquini y con su dedo exploró mis labios. Estaba muy mojada y él sonrió al darse cuenta de ello.
—¿Quieres saber mi nombre para gritarlo mientras te corres?

No me dio tiempo a responder porque él entro en mí de una estocada. Solté un gritito al sentirle, pero cuando empezó a moverse entre mis piernas me aferré a su espalda y acompañé sus movimientos con mis caderas.
Movimientos rápidos, certeros, profundos y enloquecedores que uno tras otro nos iban arrebatando el aliento y acercándonos al placer más puro y ancestral. Movimientos cargados de excitación y necesidad que al cabo de unos intensos minutos consiguió arrancarme un gemido en su oído al llevarme al clímax más potente que había sentido en toda mi vida, mientras él hundía la cabeza en mi cuello y se dejaba llevar al notar como mis músculos internos le oprimían.

Nos quedemos así un buen rato, yo medio suspendía en el aire, con sus manos bajo mis muslos sujetándome aun con firmeza. Entonces él levantó la cabeza, me miró y con una sonrisa pícara me preguntó:
—¿Vas a decirme ahora cómo te llamas?
No respondí, simplemente le volví a besar.

Relato concursante en la II Edición del Concurso de Relatos Eróticos «Muerde la Manzana»