-No me suele gustar la literatura erótica. La mayoría de relatos carecen de conflicto. Me aburren. No son más que una sucesión de orgasmos, cuerpos sudorosos y jadeos.

-A mi me encantan los cuerpos sudorosos y los jadeos. Y los orgasmos, claro.

-Pero tú no cuentas.

-¿Por qué?

-Porque tú sólo eres el personaje de mi historia, un arquetipo meramente sexual, y yo soy el autor, busco algo más que sudor y jadeos.

-Un conflicto.

-Sí. Deseos contrapuestos. Obstáculos. Un arco de transformación en el protagonista. Ese tipo de cosas.

-Pues me parece muy bien, pero yo lo único que quiero es pasar un buen rato, ¿sabes? Llevo más de media tocándome para ti y se me está empezando a dormir el brazo.

-¿Sí?

-Sí, querido, sí. Recuerda que me has dejado aquí, tirada en un sofá, medio desnuda, recién depilada y embadurnada en aceite. Y se hace de noche, ¿te importaría, por favor, por favor, por favor, hacer que me enrollara de una vez con alguien?

-Lo siento, pero no puedo ayudarte. Me he quedado atascado.

-Te juro que como no me bese alguien en las próximas páginas me voy a buscar a otro escritor.

-Sí, quizá eso sería lo más conveniente.

-¿Puedo hacerte una pregunta?

-Dime.                                                                                                              

-¿Por qué has empezado este relato?

-Por el concurso de relatos eróticos.

-¿Por el concurso?

-Sí… No. No lo sé.

-¿No lo sabes? Yo creo que sí que lo sabes, ¿te lo digo? ¿Te digo por qué has empezado a escribir este relato?

-A ver, deslúmbrame.

-Por mi. Este relato lo escribes por mi. Porque me imaginas, a todas horas. Me imaginas a tu lado o debajo de ti. O sobre ti, cabalgándote. Me imaginas hasta cuando no quieres imaginarme. Por eso me has hecho unas piernas largas y unas tetas pequeñas y respingonas. Por eso te has entretenido medio folio en describir el color de las uñas de mis pies. Por eso tengo un culo redondo y grande, claramente desproporcionado con respecto a las dimensiones del resto de mi cuerpo, para que te puedas hundir en él siempre que quieras. Estoy convencida de que fantaseas a menudo con la posibilidad de que yo fuera tu esposa o tu novia. Porque eso es lo que quieres, ¿verdad? Una novia viciosa. Sí. Muy viciosa, tanto que creo incluso que te gustaría llegar un día a tu casa y encontrarme en la cocina, empotrada en la encimera, completamente abierta, con el jardinero, o el fontanero, o el butanero sobre mi. Mi espalda arqueada, mis dedos clavados en mi amante, mi boca entreabierta, mis ojos en blanco. Gimiendo, gritando, llorando de placer, ¿te excitaría eso?

-No… no sé.

-O a lo mejor lo que prefieres es una buena escena lésbica, ¿sí? Imagina. Es verano. Hace mucho calor. Yo tomo el sol, desnuda en la piscina de nuestro adosado. De repente sale al jardín la estudiante de intercambio que alojamos por unos meses. Una estudiante rusa. O noruega. O brasileña. Y me ve. Y me pregunta con su acento exótico que si también ella puede tomar el sol. Y yo le digo que sí, que claro, que por supuesto. Y se desnuda. Y se tumba junto a mi, en otra hamaca. Hay una cubitera entre las dos. La estudiante toma un par de hielos y me los desliza suavemente por mi cuello, por mis brazos, por mi vientre. Siento como la piel se me eriza. Ella se me acerca. Mas y más. Sus labios rozan los míos. La punta de su lengua se pierde entre mis dientes. Tú nos ves desde el salón. El cristal de la ventana nos separa. Te acaricias por encima de tu bañador. Deseas unirte a nosotras. Te mueres por venir y poseernos como un animal salvaje. A las dos. Por turnos. Durante horas. Quieres hacerlo, pero no puedes. No, no puedes, ¿sabes por qué?

-No… no.

-Porque no existimos, querido. Nunca podrás rozarnos siquiera junto a ninguna piscina porque no somos reales.

-Ya…

-Bueno, pues ahí lo tienes.

-¿Ahí lo tengo? ¿Qué? ¿Qué tengo?

-¿Qué va a ser? El conflicto.

Por Cicely, relato participante en el III Concurso de Relatos Eróticos «Muerde la Manzana»

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