518

Se sentía entre expectante y nervioso. Sus dedos jugaban con el borde de la copa de cerveza que acababan de traerle, mientras pensaba en si finalmente ella aparecería. En el fondo era una locura… Los dos estaban casados y vivían a cientos de kilómetros de distancia. Habían hablado alguna vez por teléfono, habían jugado a enviarse fotos,  sabían el uno del otro a través de las redes sociales, y se divertían con lo que el otro contaba. Pero el destino había querido unirlos en la misma ciudad durante un día y habían pensado en la posibilidad de conocerse. Habían quedado en el restaurante de un coqueto hotel frente al mar.

El había llegado antes de tiempo con la intención de encontrar una mesa discreta y apartada de los ojos y las miradas de los demás comensales, y había encontrado una en un rincón, cerca de la falsa chimenea que había en la sala. Llevaba esperando unos minutos sentado en la mesa cuando la vio aparecer: tez y cabello morenos,  gafas de sol, una blusa blanca vaporosa, pantalones de cuero negro ajustados y botas de tacón… Le hizo una señal y pudo distinguir cómo sonrió y comenzó a acercarse hacia él. Era una mujer escultural, y por un momento su mente se quedó en blanco… Cuando llegó a la mesa él se levantó educadamente y se saludaron con un  simple beso en la mejilla que dejó claro que aunque estaban deseando conocerse en persona ambos sentían un regimiento de hormigas recorriéndoles el estómago. Ambos sonrieron, se sentaron  y el ambiente se relajó ligeramente.

– Por un momento he pensado que no ibas a venir – comenzó diciendo él.

– Pedro, tengo que reconocer que ha habido un momento en que yo también lo he pensado, no te creas, pero ha podido más la curiosidad y las ganas de conocerte que cualquier otra cosa.

– Me alegro de que haya sido así, Silvia. Al menos he podido comprobar que las cámaras no te tratan bien, porque al natural eres aún más guapa.

– Gracias por el cumplido. Tú tampoco estás mal… – dijo mientras sonreía con coquetería.

El maître se acercó y tomó nota diligentemente de lo que querían… algo ligero… Una ensalada para compartir y un pescado al horno de segundo, regado con un vino blanco frío. Mientras daban cuenta de lo que les iban poniendo en la mesa, hablaron de sus vidas, de lo que les gustaba hacer en su tiempo libre… aunque ya se lo hubieran contado no les importaba: era una excusa para poder mirarse a los ojos. El descubrió que los ojos de aquella morena tenían un brillo especial, y que aquellos labios que le hablaban se movían seductoramente al compás de su cálida voz.

Una vez que acabaron sus respectivos platos, el maître se volvió a acercar a su mesa.

– ¿Desearían algún postre? Si me permiten, hoy les recomendaría el tiramisú. Tenemos un chef italiano que lo borda.

– Uffff – dijo ella – qué perdición. No puedo resistirme… es mi favorito. ¿Lo podrían acompañar con un poco de nata? ¿Lo compartimos? Así el pecado es más llevadero.

– Claro… no faltaba más… Y si puede nos trae ya los cafés también. Será uno con leche para ella y uno solo con hielo para mí.

– Muy bien señores, pues será un tiramisú con nata, dos cucharillas y los cafés. Enseguida se lo traen.

En cuanto pusieron el postre sobre la mesa, los ojos de ella volvieron a brillar golosos, y él no pudo evitar reírse. Silvia se encogió de hombros e hizo un gesto con las manos que significaba a todas luces que no lo podía evitar. Pedro cogió una cucharilla con un pedazo del postre, lo acercó a la boca de Silvia y la miró a los ojos. Ella acercó sus labios a la cucharilla y la metió en su boca… El sintió un escalofrío y cómo el vello de su espalda se erizaba al ver su cara, cómo cerraba los ojos y cómo seguía el juego que él proponía.

– No puedes negar que te encanta. Tu cara te delata. ¿Algún otro vicio oculto que quieras descubrirme?

– Fumo. Poco… pero fumo. Especialmente después de comer, lo encuentro un placer.

– Eso te matará y no será precisamente un placer, algún día. Pero espero que eso sea dentro de muchos años.

Pedro hizo una señal al maître y al cabo de un momento éste trajo la cuenta.

– Por favor, cárguela en la habitación 518.

– Gracias por la invitación. ¿Te alojas en el hotel?

– Sí. No debería de resultarte tan extraño; he venido aquí por trabajo y aparte de a ti no conozco a nadie más en la ciudad. Pensé en preguntarte si podía quedarme a dormir en tu casa, pero no me pareció lo más oportuno dadas tus circunstancias.

– Jajajaja… Gracias. No habérmelo pedido ha sido muy considerado por tu parte. Y muy sabio, porque aunque me hubiera apetecido hubiera tenido que negarme. Soy una respetable madre de familia. ¿Es bonita la habitación 518?

– Si te digo la verdad… no lo sé. He llegado un poco antes de bajar aquí. Me ha dado tiempo a entrar, vaciar la maleta, meterla en el armario y bajar. Sólo puedo decirte que está en el último piso y que tiene una terraza (y esto lo sé porque me lo han dicho en recepción).

– Lo pregunto porque las habitaciones de este hotel tienen fama aquí, especialmente las del último piso.

Las neuronas de Pedro empezaban a fundirse. Seguramente el vino estaba haciendo efecto y escuchar a Silvia decir lo que estaba diciendo le hizo actuar y hablar sin pensar demasiado en las consecuencias que pudiera tener lo que estaba diciendo. Buscó en su bolsillo y dejó sobre la mesa una tarjeta-llave.

– Mira Silvia… te propongo que sacies tú misma la curiosidad. Yo he quedado ahora en el hall del hotel con un cliente para que me dé una documentación. No me llevará más de 10 minutos. Te dejo aquí encima la llave de la habitación por si quieres subir y fumarte ese cigarro en la terraza.

Una vez dicho esto se levantó, cogió su mano derecha entre las suyas y la besó mirando a aquellos ojos que le miraban con una mezcla de curiosidad y (por qué no) pasión. “Espero verte en unos minutos”, dijo en voz baja. Salió del restaurante y podía sentir aquellos ojos clavados en él, mirando cómo se alejaba camino del hall. Al entrar en el hall vio al cliente que le hizo una seña para ir a la cafetería de al lado, de tal manera que no iba a poder saber si ella iba a subir a la habitación o se iba a ir del hotel.

Pasaron 10 minutos eternos y finalmente consiguió volver al hotel. Se dirigió a recepción a pedir una copia de su llave diciendo que se la había dejado dentro y una vez que la tuvo subió al quinto piso deseando que el ascensor fuera más rápido. ¿Estaría allí? Abrió la puerta con curiosidad y al ver la silueta de Silvia fumando plácidamente en la terraza, se alegró. Le apetecía estrecharla en sus brazos, besar aquellos labios tan sugerentes, acariciar aquella piel morena… pensar sólo en ello la hizo desearla aún más. Salió a la terraza, y se acercó a ella.

– Gracias por haber saciado tu curiosidad; no tenía claro que fueras a subir

– Tampoco lo tenía yo, pero quería saber cómo se veía el mar desde aquí. Y además me apetecía mucho este cigarrillo

Se produjo un silencio entre los dos, mientras ambos contemplaban el azul seductor del mar. Pedro se acercó a Silvia y sus miradas se cruzaron. Ambos se dijeron simplemente con los ojos que se deseaban, ambos sentían un ejército de hormigas corriendo por el estómago. Sus manos se juntaron delicadamente para acto seguido y sin decir ninguna palabra unir sus labios en un beso. Un beso que expresaba lo mucho que se conocían y lo mucho que se deseaban a pesar de no haberse conocido físicamente hasta ese mismo día. Pedro saboreaba aquellos labios que tanto le había apetecido besar desde el  momento en que la había visto aparecer por el restaurante, y jugaba coquetamente con la lengua, enredándola con la de Silvia y acariciado sus labios.

Silvia se separó ligeramente y le dijo a voz baja: “Ven… tengo calor, seguramente por el vino, y me apetece darme una ducha contigo”. Pedro no pudo contestar, pero la siguió, mientras veía que Silvia iba quitándose rápida y hábilmente la ropa mientras se dirigía al baño, dejándola caer delicadamente en el suelo de la habitación, por lo que decidió intentar imitarla, pero no consiguió ser tan delicado (cosas de hombres).

Cuando entró desnudo en el baño ella había abierto el grifo de la ducha, y esperaba que el agua se templase. Pudo contemplar su cuerpo desnudo… y era aún más perfecto de lo que se había imaginado. Sus pechos no eran grandes, pero tampoco eran pequeños; seguramente tendrían el tamaño perfecto para adaptarse a su mano. Sus músculos eran firmes, su ombligo era un reclamo, su culo era exactamente como se lo había imaginado debajo de aquellos pantalones de cuero, y el vello púbico estaba perfectamente arreglado para aquella ocasión, formando un triángulo perfecto que marcaba el camino a seguir para encontrar el placer. Ella le vio entrar desnudo y sonrió pícara, pues no había manera de disimular aquella erección. Se acercó a Pedro y le besó suavemente en los labios mientras su mano derecha acariciaba su miembro erecto. Al instante notó cómo la erección aumentaba… Silvia se separó y sonrió pícaramente. Pedro se acerco y la volvió a besar, está vez más intensamente; sus cuerpos se juntaron y el uno podía sentir las formas desnudas del cuerpo del otro. Pedro la cogió por la cintura, levantó su cuerpo menudo y la apoyó sobre la encimera del lavabo. El agua de la ducha comenzaba a templarse y el vapor envolvía el ambiente. Silvia separó sus piernas, y rodeó con ellas a Pedro, haciendo que se acercara hacia donde ella estaba sentada. Sin dejar de mirarle sujetó su miembro y lo condujo hacia su sexo… ambos se deseaban y sus miradas les delataban. Silvia hizo fuerza con sus pies y atrajo aún más a Pedro, haciendo que le penetrara… despacio… quería disfrutar de la sensación de aquella primera vez… ver las ganas de poseerla en la cara de Pedro… Pedro la sujetó por sus caderas y Silvia apoyó las manos en la encimera y cruzó los pies para que él no pudiera escaparse.

–  Fóllame…. Quiero sentirte muy dentro de mí

Pedro comenzó a moverse. Sacaba por completo su miembro y lo volvía a introducir, para sentir como se volvía a abrir paso a través de los húmedos labios de Silvia… Le encantaba sentir aquella sensación, y sobre todo, ver la facilidad con la que entraba. Silvia se inclinó hacia atrás para facilitar más la penetración y apoyó su cabeza en el espejo. Podía sentir cómo así Pedro llegaba aún más dentro, ayudándose además al sujetarla por las caderas y atraerla hacia él cuando la penetraba. Silvia Sentía cómo entraba y salía… se estaba dejando llevar por el placer, y  sabía que esto sólo era el principio. Pensar en todo lo que quería hacer con Pedro la excitó aún más.

– Pedro… más deprisa

Pedro obedeció y aceleró el ritmo… sabía que no aguantaría mucho más, porque toda aquella situación estaba superando sus expectativas y estaba resultado todo muy excitante para él: la comida, que ella aceptara a subir a su habitación, descubrir que Silvia le deseaba… Oír sus gemidos… estaba empezando a superarle…

– Silvia…

– Quiero sentir cómo te corres…. Quiero saber que me deseas….

Pedro no aguantaba más…. Y empezó a sentir cómo se acercaba su orgasmo, por lo que aceleró aún más su ritmo y penetró aún más profundamente a Silvia, haciendo que ella gritara de placer. Ella pudo sentir que él iba a tener un orgasmo y al momento notó cómo ese cálido líquido la llenaba por dentro y escuchó el placer que expresaba la garganta de Pedro.

Sin separarse, Pedro les condujo a la ducha, y ambos pudieron sentir el agua caliente deslizarse por sus cuerpos. Silvia le abrazó con fuerza con los brazos y con las piernas (que aún le rodeaban) y se besaron apasionadamente.

–  ¿Te has fijado en que en la terraza hay un jacuzzi? Me he tomado la libertad de llenarlo mientras subías. Nada me gustaría más que follar contigo mirando al mar.

Al decir esto, Silvia pudo sentir cómo Pedro volvía a crecer en su interior.

Por Xicotaytantos

 

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