Mi día no empezó con buen pie, y fue de mal en peor. Los niños rebeldes, como todas las mañanas y mi marido de morros, con su habitual falta de paciencia, cada vez más agrio.

Deseaba llegar a la oficina y desahogarme con mis compañeras, pero tampoco pudo ser.

El guapo recepcionista que me sacaba los colores por la mañana no estaba en su silla. El ambiente se sentía diferente, tenso.Mi coordinadora, la que nos entendía y adorábamos había sido despedida y un desconocido de ceño fruncido ocupaba su sitio.Los minutos en mi cubículo se hacían horas, y cada nuevo expediente costaba más que el anterior.
Arrastraba los pies de vuelta al metro, sin fuerzas ni ganas de caminar. No tenía prisa por llegar a casa, esa monotonía continua podía esperar.

Ya en el vagón, casi vacío, mi cabeza daba vueltas, traté de poner la mente en blanco y contener de nuevo las ganas de llorar.Ni siquiera me senté, me quedé allí de pie, agarrada a una barra y con la mirada fija en la puerta sintiendo el metro avanzar bajo mis pies.

Parada tras parada el vagón se iba llenando. Una corpulenta señora, tratando de abrirse sitio entre la gente, me dio un golpe con su bolso, empujándome y trayendo mi mente de vuelta. Entonces le vi.No era consciente, pero miraba fijamente a un muchacho, un violinista que había visto muchas veces en mi estación. Era un chico joven, de no más de treinta años, pelo castaño y revuelto y barba de un par de días. No era la primera vez que me fijaba en el, en su talento, en su perfecta mandíbula y sus habilidosos dedos. Pero hoy lo tenía a tan solo un metro, le miraba a los ojos y él, me devolvía el gesto. Sin darme cuenta pasé mi lengua por la comisura de mi boca, y mis labios se humedecieron.

La puerta se abrió de golpe, y nuevos pasajeros invadieron el vagón de forma arrolladora, empujando al violinista hacia dentro, hacia mí.Quedamos pegados, solo la barra a la que me agarraba separaba nuestros cuerpos. Hacia tanto calor.
Acercó su boca a mi oído.
– Qué situación más tensa, ¿No crees?

Me quedé muda, las palabras no eran capaces de atravesar mi garganta y mi cuerpo respondió sólo, rozando suavemente mi mejilla contra la suya. Y él, aún inmóvil, aprovecho para lamer el lóbulo de mí oreja.

Se me escapo un gemido, imperceptible para la muchedumbre, excitante para mi violinista.

Con nuestras caras aún pegadas fue deslizando su mano derecha por mi cuerpo, subiendo por mis caderas hasta mis olvidados pechos. Mi piel entera se erizaba a su paso.Beso mi cuello suavemente mientras se deslizaba por mi espalda. Agarró mis nalgas con fuerza y me atrajo hacia él. Pude notar su erección en mi abdomen, tan firme, tan dura. ¿La había provocado yo?

La puerta volvió a abrirse y abrazó mi cintura para mantenernos pegados. Ya no había huecos allí, todos apretujados, absortos en sus vidas, mientras mis piernas se tambaleaban de emoción.

Odiaba el verano y el calor, pero en ese momento agradecí los 38º del exterior, si no hubiese llevado vaqueros en lugar de minifalda.
– Eres muy sexy – Me dijo mientras apartaba a un lado mis empapadas bragas.

Sonrió encantado al sentir sus dedos resbalar fácilmente por mi humedad. Acariciaba mis labios recreándose en mis contenidas reacciones. Lentamente deslizó dos dedos en mi interior y los movió rítmicamente. Respiraba pegado a mi cara, suspirando, volviéndome loca. Yo agarraba su camiseta con fuerza y apretaba los dientes tragándome mis gemidos.

Sacó los dedos y los subió hasta mi clítoris para frotarlo. Notaba los latidos de mi corazón en la punta de sus dedos, sus mágicos dedos.

Volvió a entrar en mi, con más fuerza, y dejo su pulgar sobre mi abultada perla.

Se abrió de nuevo la puerta. Esta vez fui yo quien le abrazo con fuerza, no podía permitir que nadie nos separarse, no es ese punto. Sonrió ante mi reacción y aceleró el ritmo.

Sentí una electricidad casi olvidada invadir mi cuerpo, un intenso orgasmo que nacía en mi sexo y recorría mi espalda hasta la nuca haciendo que temblase todo mi ser.

Sacó sus dedos despacio mientras me abrazaba, yo seguía agarrada a su cuello para no caer.Solo entonces besó mis labios. Un beso corto, casi de agradecimiento. Un beso cargado de verdad. Un beso infinito en mi recuerdo.

La puerta otra vez. Joder, era mi parada.Salí corriendo de allí con los muslos mojados y las mejillas coloradas. Sentía su mirada sobre mí al alejarme.

Aquella sonrisa me duró una semana. Luego, volví a por más.

Por La Dulce Ana, relato participante en la II Edición del Concurso de Relatos Eróticos «Muerde la Manzana»

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