Relato erótico participante en el Concurso de Relatos Gleeden

«Y cerró la puerta tras él, saliendo apresurado de casa, con una cara de inquietud, teniendo en sí, ciertas dudas… Pero con todo su ser luchaba por callarlas, porque ya extremaba su necesidad creando una desesperación por volver a sentirse él.

Mientras caminaba a lo largo de la calle, no dejaba de sentir un nudo en el estómago, parecido al mismo que tuvo tantos años atrás cuando perdió la virginidad. Pero le afloró una leve sonrisa. Cuanto más se alejaba de su casa, más amplia era la sonrisa, y mucho más las ganas de gritar y saltar.

«Ya estoy yendo para allá» escribió a May desde su teléfono móvil. Y es que después de tantos años… Tantas ocasiones jodidas o desperdiciadas, y era ahora, en el momento que menos podía, el momento en el que más lo necesitaba… No dejaba de darle vueltas. En su cabeza repasaba las anteriores ocasiones, en las que May, su gran y única May, no había podido tener nunca un final que no fuera acompañado del arrepentimiento por haber dejado escapar la oportunidad de sentirlo todo con ella.

Aquella noche en la playa, dónde dos amigos quedaron, y la luna tornó la amistad en deseo. El deseo se convirtió en coqueteo, el cual se volvió excitación… Y como el aquel momento querer respetar a la que por entonces era su novia… Dejó escapar.

Aquella vez en la que May acudió en busca de consuelo en un amigo, y la botella entro en juego vaciándose en el ardiente deseo de él, y la apagada estima de May… Cómo se fundieron en un beso, cómo disfrutó desnudando aquellos grandes y redondos pechos, que nunca llegó a olvidar, pues eran puramente perfectos… Pero el agobio del posible error frenó a May, y el respeto que él tenia por ella, frenó de golpe cualquier opción a que hubiera final para tal increíble principio.

Aquella vez que su chica le concedió el mayor regalo de cumpleaños, queriendo regalarle un trío con su deseada May, y como por considerarse buena persona, y teniendo claro que dos días después rompería esa pútrida y muerta relación con tan «generosa» mujer… Dejó escapar una fantasía con quién siempre hubiera deseado.
May… Tan impredecible, tan incontrolable, pero tan fácil de amar…
Y nunca dió el paso.
Y siempre la jodió.
Y siempre le perdió el fuego interno que le prendía cada vez que veía su colgante enganchado en tan mínima separación entre sus pechos…su escote…

Pero hoy acabaría ese sentimiento. Hoy nada les iba a frenar. El sabía lo que May quería. El había abierto sus más profundos dolores y secretos a May. Y May había desgastado su alma abriéndola tantas veces a él. Hoy tenía que ser.
Miraba su mano derecha cuando estaba a escasos metros del portal de May, la respiración agitada, las palpitaciones que retumbaban en su pecho… Y entró al portal, y se plantó en su puerta.

Llenó sus pulmones, y mirando la mirilla fijamente, suspiró, como si fuera la última vez que respirase.
Fue a tocar al timbre, pero sin haber apollado el tembloroso dedo en él, la puerta se abrió, y ahí estaba May.
Su mirada, entre nerviosa y excitada… Su boca medio sonriente con medio labio entre sus dientes… Y sus ojos, brillantes y fijos en sus ojos…

Una fina camiseta blanca, sin sujetador, que marcaban en el centro de su pecho sus dos pezones clavados en la blanca tela…
Y no necesitó nada más, le puso las manos alrededor de la cabeza, y cerrando los ojos perdieron todo miedo, toda inseguridad, todo lo que otras veces había frenado el deseo que llevaba años floreciendo entre ellos, se apagó con un profundo beso.

Juntó su cuerpo al de May, y ella noto que en su vientre se clavaba su dura polla, y aunque en otras ocasiones ya la había visto, solo deseaba tenerla en frente de ella a punto de penetrarle.

El cerró la puerta con el pie, mientras sus manos bajaban de la cabeza al culo de May, y la levantó entre sus brazos para ponerla contra su húmedo y cada vez más duro pene, empotrando la contra la pared, clavándosela entre las piernas de May, notando el calor que despedía la entrepierna, que él ansiaba degustar desde hace tanto tiempo.

«Estás seguro de lo que vamos a hacer?» Le dijo May, y el mirándole a los ojos, incapaz de articular palabra, asintió con su cabeza, la separó de la pared, y mientras se fundían en un nuevo profundo beso, fue andando hasta la habitación de ella, dejándola en la cama, y subiéndose encima de ella…

Su lengua se moría por conocer cada rincón del cuerpo de May, su boca ansiaba morder tan bellos atributos que May portaba, y su saliva quería inundar cada poro de tan blanca y suave piel…

Empezó a bajar con su boca al cuello, lentamente, sintiendo que la respiración de May empezaba a agitarse demasiado, mientras su mano se deslizaba por debajo de la camiseta, apretando para sentir tal tulgencia de los pechos con los que durante años había deseado estrujar, sin poder evitar esbozar una pícara sonrisa de, al fin, conseguir tenerlos plenamente para él.
La levantó la camiseta, y empezó a jugar con la punta de su lengua, al rededor del pezón, haciendo en el un baile bastante sensual que a May le ponía la piel de gallina y susurraba leves gimoteos. May estaba un poco indecisa de cómo actuar, pero no quería dejar de disfrutar lo que él le estaba dando. No pudo así contener agarrar su cabeza cuando él metió la mano por debajo de su tanga, y notar como los dedos de el se deslizaban a lo largo de sus húmedos labios, sintiendo un profundo hormigueo en su clítoris con el leve roce que esos habilidosos dedos empezaban a introducirse en ella.

Mientras May empezó a gemir y agarrarle de la cabellera, el no podía evitar querer ir mucho más allá cuanto antes, el deseo se apoderaba de su ansia por llegar a lo más profundo de tan bonito coño, pero mayor era su responsabilidad de intentar darle a May los mejores orgasmos que fuera a tener en su vida. Por lo que sin reparos, bajo su cuerpo aún encima del de May, y mientras de una, bajaba los pantalones y el empapado tanga de May, se posicionó para dar rienda suelta a su fuerte e inquieta lengua…
Estaba dando suaves pinceladas alrededor de todo el coño, cuando puso su mano derecha en el pecho de May, y ella mirando la escena a la vez que no dejaba de suspirar de placer le pidió «Quítate ese horrible anillo», y él, sin pensarlo un segundo y con la necesidad de hacerlo, sin dejar de dibujar un universo entero en la entrepierna de May con su lengua, se quitó el anillo que tanto le apretaba, y lo tiro hacia el suelo, rodando este por debajo del armario de May…

Y May empezó a gemir, y empezó a jadear, y cuando más rápido el movía su lengua, los gimoteos de dulce placer, se convirtieron en orgasmicos gritos, mientras que le apretaba la cabeza más entre sus piernas queriendo sentir más, y en dos profundos suspiros, ya se había corrido, empapandole a él su boca, soltándose un poco la cabeza para cambiar ese lujurioso agarre, en caricias… Había sido el mejor sexo oral que nunca le habían hecho. Y él lo notó.

Sin darle un respiro, el se puso a su altura, y con su pene totalmente húmedo, fue resbalando por el empapado coño de May, hasta colocar su punta en la entrada… Ansiaba que llegara ese momento, tantos años y estaba a escasos milímetros de por fin, poseer por completo a May. Él le miró a los ojos, y dijo «disfrútalo tanto como lo voy a hacer yo». Y May asintió mordiéndose medio labio, con tanto deseo como el que él tenía de meterla, ella sentía de ser metida… Y bien despacio, el empezó a sentir la suave vagina de May, cubriendo lentamente toda su polla, a la vez que ella notaba como el se abría paso a lo más profundo de ella.

Y empezó el dulce baile, y se mezclan gemidos de uno y otro, y se rozaban sus cuerpos, mientras que incrementaban los gemidos de May, el volumen de estos, y la presión de sus dedos en la espalda de su, por fin, amante…

De repente, May le dijo «Para» con cara de seriedad, cortando tajantemente la insaciable ristra de gemidos, y el con cara de incredulidad, paro y preguntó que por qué.
«Mira tu mano».

Y él miró su mano derecha, y donde tenía que haber un liberador hueco, estaba cubierto de nuevo por su opresor anillo.
Con cara de preocupación fue a decir «No me jodas!» Pero sin acabar de decir la frase, despertó, incorporándose a toda velocidad, en su propia cama. Su pijama estaba empapado y él, totalmente empalmado. Pero su cara era de decepción e incredulidad. Pues su deseo se había vuelto a esfumar, pues ya no estaba May a su lado, sino su mujer, como todos los días, impasible en sus necesidades, queriendo volver a dormir, para acabar lo que empezó con su deseada May. 

Por Mortifago

 

También te gustará: «Sin amor»