Me gusta que me miren, saber que mi cuerpo, cada curva que por él recorre, atrae las miradas de cualquier hombre que pase a mi lado. Fijándose en mí, como si una escultura cobrara vida a través de un milagro.

Un escote sugerente, un vestido ceñido de forma elegante y una mirada atractiva y sensual, que no indique nada pero que lo indique todo.

Estando en la playa, sola en mi hamaca, tumbada bajo el ardiente sol, con sus rayos introduciéndose en mi suave y morena piel, de repente, siento unas miradas, clavándose en cada uno de los poros que confluyen en mi ser.

Unas miradas que me penetran sin ni siquiera tocarme.

Yo, sumergida en mi interesante libro, no puedo concentrarme porque esos misteriosos ojos, no cesan de observarme. Me observan con deseo, ansias y necesidad de poseer mi cuerpo dentro del suyo, sin que nadie pueda vernos.

Levanto la vista y veo a un chico, esbelto, con una piel bronceada que no cesa de mirar, sin vergüenza y sin desdén, acompañada de una sonrisa que deja entrever.

Nos separan unos metros, los suficientes para que su cuerpo, cada vez más excitado, desprenda un olor a sensualidad difícil de olvidar. Siento cómo me llega su éxtasis, de tan solo observar mi moldeado cuerpo, eso me excita cada vez con más intensidad y me pone tan caliente, que me cuesta ignorar.

Me gusta jugar y me gusta el juego erótico que está intentando iniciar, lo que hace que me toque suavemente, pero no permitiendo que él se acerque a probar el sabor que deleita mi piel.

Me acaricio el abdomen, después mis muslos, continuando el camino entre las piernas, de donde sobresale un calor ardiente hasta llegar a la parte que cada vez está más caliente.

Él, con su sonrisa sensual y esa mirada excitante, también comienza a tocarse, desde donde lo observo con unas ganas que van en aumento.

Me doy la vuelta y de rodillas, me coloco en mi cómoda tumbona de espaldas a él, para que pueda imaginarse entrando en mi atractivo y llamativo culo, que tanto me gusta y presumo de él.

Me siento mojada, húmeda y con mucho deseo de sentirlo junto a mi cuerpo, desnudo y ardiente, pero al mismo tiempo, disfruto sintiendo este deseo que va creciendo y no culmina en un momento. Eso hace que mi cara se sonroje y que inconscientemente, se dibuje una sonrisa en mis labios, deseosos de ser besados, rozando su lengua con la mía, sin demora y sin rechazo.

Es increíble cómo dos personas que no se conocen de nada, que nunca antes se hayan visto, puedan sentir este enorme ardor recorriendo cada esquina de su piel, con una fuerza difícil de explicar y que aumenta sin querer.

Nuestros cuerpos mojados, por el calor y por el deseo que no para de florecer, nos impulsa a tocarnos y hacer realidad lo que hace un rato comenzó como un juego de adolescentes, con las hormonas fluyendo a flor de piel.

Con miradas y pensamientos eróticos, sensuales y deseosos de convertirse en uno solo, sin miramientos ni rechazo que nos haga retroceder.

Los dos, al unísono, nos levantamos y nos dirigimos hacia el agua. Una fría agua que nuestros cuerpos notará, por el calor tan fuerte que desprenden sin parar. Al llegar a la orilla, disimuladamente, me besa en los labios, ese gesto tan sencillo hace que mi piel se erice como un “gato”. Primero él, entra muy despacio en el agua, yo, lo sigo con prisas y al mismo tiempo, con cautela, porque quiero llegar a él, pero también quiero que no termine este erótico placer.

Nos juntamos, nos abrazamos y lo primero que siento es su virilidad junto a mi piel, él me aprieta el culo fuertemente contra su ser, lo que hace que mis ojos se cierren por un momento, sin poderlos abrir, solo notando ese calor tan excitante que nuevamente, me vuelve a recorrer. Retorciéndome del placer que crece y crece sin poderse detener.

Me besa el cuello, con deseo, éxtasis y ansias de poseerme sin recelo. Yo, inocente, me dejo llevar, porque entre sus brazos me siento tan pequeña y deseada, algo que no puedo explicar.

Continuamos besándonos, nuestras lenguas se entrelazan, mientras al mismo tiempo, me quita el bañador, quedándome desnuda y totalmente excitada. Él, se queda desnudo, rozándose con mi cuerpo y penetrándome con suavidad, para poco a poco, irse convirtiendo en salvaje y fugaz.

Terminamos corriéndonos los dos juntos, a la par, llegando al orgasmo jamás alcanzado en mi vida sexual.

Nos miramos a los ojos, no pudiendo dejar de sonreír, porque hoy ha sido un día que no podremos borrar jamás, de nuestro sentir.

Relato participante en el I Concurso de Relatos Eróticos «Muerde la Manzana»

 

También te gustará: «Provócame»