Pasión con un amante
Los filósofos se interrogan: ¿Hay un remedio contra el aburrimiento? Arthur Schopenhauer, Rémi de Gourmont o Lars Svendsen son más bien pesimistas: sería invencible. El poeta Charles Baudelaire solamente imagina una escapatoria: la embriaguez.

En cuanto a embriaguez, la infidelidad es endiabladamente eficaz. Un placer del que el autor de Las Flores del Mal no reniega. Quien ha cedido a los placeres de la carne después de un largo periodo de fidelidad conoce esta embriaguez sensorial. El aburrimiento había entreabierto suavemente la puerta. Cristalizábamos desde hace años: nos sentíamos a gusto en esta relación amorosa con ternura y una confortable dulzura. Pero con solamente una mirada furtiva, un roce de la mano, vuelven los recuerdos de la violencia del deseo renovado. Sí, el cuerpo alterado por un/a amante a la altura de las expectativas, nos acordamos de las palabras del escritor Maupassant «un beso legal nunca iguala un beso robado».

¿Por qué la libido se dispara entonces? Porque el momento es raro, dilatado, robado a las contingencias diarias, porque no nos sentimos ligados al contrato civil o religioso, por el pago de la hipoteca o por la educación de la descendencia. Como el yoga (sin ánimo de ofender a los puristas), el sexo con alguien prohibido es una respiración más consciente, una práctica en presente, una ceremonia de reencuentro consigo mismo. Es la vida en sus funciones más naturales que toma el control. Nos atrevemos por fin a avanzar por territorios desconocidos: aprender a conocerse, a dar, a recibir, habiéndonos deshecho del código social amoroso. Vamos a buscar en las profundidades otro modo de satisfacer las pulsiones y de reconciliarse con nuestro cuerpo – el gran olvidado de la vida moderna-, para superar a veces nuestro propios límites. Una audaz felación fallida, sodomía un poco brutal, un lugar inapropiado… No es nada grave. Los fallos no son heridas narcisistas bajo la mirada de nuestra pareja en la vida. El amante es alguien que mira con más ligereza los fallos.

Si nos atreviéramos, hablaríamos de benevolencia. Sí, el o la amante es benevolente porque no soporta el conjunto de tareas ingratas y de reproches del día a día, porque reconoce el placer compartido, del cuerpo que le ha permitido, el tiempo de un achuchón, escapar del aburrimiento.

Escrito por NATT