Autor: @nosecarlos1

Viernes, día frío y lluvioso pero en el fondo contento porque ya se acababa la semana laboral y porque por la noche, tenía otra nueva cita con Inma para tomar cervezas y charlar de todo.

A las 8 de la tarde estábamos los dos ya sentados en el bar que siempre comenzamos a tomar algo.

La charla discurría contándonos cosas del trabajo, anécdotas, quejas de los jefes; para ir cambiando de tema y hablar de temas como sus clases de baile de salón o sobre la última avería que había tenido yo en mi coche. Como no paraba de llover, en ningún momento nos planteamos cambiar de sitio y sobre las 12 de la noche, nuestro gran amigo tras la barra Félix, nos indicó que nos invitaba a la última cerveza y que lamentándolo mucho tenía que cerrar. Fue a la hora de pagar cuando caímos en la cuenta que habíamos tomado ambos bastantes cervezas, una docena cada uno, pero como Félix siempre se encargaba, habíamos estado muy bien acompañados de generosas tapas y nuestros cuerpos aún podían aguantar un rato más, así que decidimos desplazarnos al cercano “pub del barrio” donde también nos dejábamos caer alguna que otra vez.

Cogimos sitio en una de estas mesas altas con sus correspondientes taburetes y allí dejamos las cervezas a un lado y nos pasamos al mundo de las copas, que en este caso decidimos tomar gin tonics, aunque teniendo cuidado que la camarera no echase demasiada ginebra, ya que en mi caso, el sábado yo tenía que acercarme un rato al mediodía por la oficina para hacer unas pruebas que solo podían en fin de semana.

“¿No te has planteado nunca poner unos cuernos?”

Fue una pregunta que me sorprendió pero que no rehusé responder:

“Inma, sabes que soy un gran tímido y aunque lo desee no me atrevo a hacerlo”

Pasaron unos minutos y ya estaba de vuelta Inma y antes de sentarse en su silla se puso a mi lado y me dijo:

“Abre la mano”

Y haciéndolo como me indicó, mi sorpresa fue que dejó su cálido tanga negro en mi mano y con una sonrisa se fue a su taburete. La verdad, me dejó sin palabras así que esperé para ver que me decía y fue muy agradable escucharla.

“¿Subes a mi casa y nos lo montamos?. Sabes que respeto mucho a tu mujer y vuestra relación, pero estoy un poco borracha y me sabe mal que lleves tanto tiempo sin sexo. Además, hace tiempo que no me acuesto con un casado y me apetece mucho”

Me costó un poco responder, no por las ganas, sino por la sorpresa; nunca me había visto en una situación similar, pero enseguida salió de mi un sincero y seguro “Sí”. La situación hizo que la sangre de mi cuerpo se empezase a concentrar en mi polla que empezaba a crecer con ansias de escapar de mis calzoncillos, así que le propuse subir ya dejando sin tomar el medio gin tonic que nos quedaba, a lo que Inma accedió con otra nueva sonrisa. De camino, andando unos 200 metros hasta su casa, seguimos hablando pero no de lo que iba a suceder, sino de que aún seguía lloviendo y hacia frío.

Una vez que subimos a su pequeño apartamento donde el salón hacía las veces de habitación, nos servimos dos cervezas y nos sentamos en la cama que tenía sin ocultar al lado de un pequeño sofá y en ese momento, yo aún tenía en mi mano el botellín de cerveza, Inma se abalanzó sobre mi boca y metió su húmeda y caliente lengua hasta lo más profundo de mi boca. Por un segundo tuve que pararla porque veía que aquella cerveza acababa sobre la cama y en cuanto pude dejarla sobre una mesita, fui de nuevo atrapado por las garras de Inma, garras que incluían un asfixiante pero dulce beso y una de sus manos introducida en mi pantalón manoseando mi nerviosa y durísima polla. Transcurrieron algunos minutos así, donde por mi parte, mis manos también exploraban su cuerpo por debajo de la ropa, hasta que ya decidimos comenzar a desnudarnos mutuamente. Tras un pequeño parón para dar un trago de cerveza y poner el aire acondicionado en modo calefacción volvimos al fragor de la batalla sin parar de recorrer nuestros cuerpos con manos y lenguas.

Me encantaba sentir en mi boca el sabor del clítoris de Inma cada vez que paraba en él para besarlo y devorarlo con todas mis ansias, ya que además provocaba que de su boca salieran unos sensuales gemidos cada vez que mi lengua saboreaba su clítoris. Yo tampoco me libraba de sus virtudes y habilidades con su boca y astutamente cuando notaba que ella estaba haciéndome enfilar el camino del orgasmo, yo realizaba cualquier tipo de maniobra escapatoria para sacar de su boca mi ya chorreante polla de sus babas y de mis líquidos preseminales.

El tiempo transcurría entre abrazos, sexo oral mutuo, 69, dedos por aquí y por allá hasta que el nivel de excitación fue dejando paso al deseo mutuo de la penetración que en su primera embestida tras colocarme el preservativo, surgió del clásico misionero; tras unos cuantos embates, Inma hábilmente me rodeó con sus piernas y me volteó de modo que yo quedé tumbado boca arriba y ella paso a dominar la situación sentada sobre mi, mi polla metida en su vagina hasta que literalmente cada vez que se posaba en mi, desaparecía de mi vista metida en lo mas profundo de Inma. De vez en cuando acercaba su cara sobre la mía para besarnos hasta dejarnos sin aire, sin olvidar de acariciar sus pechos y pellizcar sus finos pero largos pezones, que descubrí, ella me lo indicó, que son muy receptivos a ser pellizcados. Yo estaba ya llegando a mis últimos instantes de aguante, no daba mucho más de sí, pero astuta Inma que viendo mi cara de cordero degollado por el placer, se levantó y fue a por las cervezas, para ofrecerme un trago y para ella también, pero el fin de aquello era darme un respiro para que no me corriese aún, puesto que acto seguido se puso a 4 patas sobre la cama y me dijo:

“Empótrame”

( continuará….)

Relato extraído de 40historias de sexo

También te gustará: Sexo confinado.