¿Un masaje?

Era una mañana de primavera. El sol empezaba a proporcionar ese calor tan agradable que sólo el sol de primavera da. Habíamos quedado a tomar un café en un lugar concurrido, en una terraza al sol. Cuando llegué, me estabas esperando; ya habías pedido una café con leche (sencillo, sin complicaciones), y te habían traído con él una de esas chocolatinas que suelen poner últimamente en las cafeterías un poco «chic».

– ¿Me trae uno solo por favor? Gracias.

– Bueno, querida, ¿qué te ha traído esta vez por estas tierras? Ahora no hay rebajas, aunque musicales sigue habiendo, que desde hace unos años están de moda y parece que no saben estrenar otra cosa.

– Pues he venido porque no me ha quedado otra alternativa para arreglar unos papeles; desde allí no se podía hacer. Y bajar a Madrid de vez en cuando tampoco está tan mal. Y sí, ya que estamos aprovecharé para ir a un musical que han estrenado hace poco. Te diría que te vinieras… pero ya sé que sería una utopía.

– No te preocupes, tampoco es que me maten los musicales. Y, con sólo una café ya me siento reconfortado, aunque sólo sea por el tiempo que me ha costado convencerte.

– De todas formas todavía no sé seguro si iré, porque la verdad es que no me encuentro demasiado bien.

– ¿Y eso?

– Pues no sé; supongo que el frío de este invierno pasado me ha debido de descolocar algún músculo de la espalda, y llevo una temporada que me duele horrores, y no puedo estar mucho tiempo sentada, con lo que todavía no me he decido al 100%

– Eso, con un buen masaje, se te pasa.

– Claro… como los fisioterapeutas son baratos…

– ¿He dicho yo algo de un fisio?

– No, no lo has dicho.  ¿Me lo vas a dar tú?

– Si quieres… tengo mis manos libres ahora mismo. Tan sólo haría falta un poco de crema hidratante o algo por el estilo para no desollarte la piel.

– ¿Vale un aceite de rosas?

– Claro; además seguro que las rosas tienen alguna propiedad terapéutica, aparte de oler bien.

– ¿De verdad me estás proponiendo darme un masaje?

– Pues sí… a no ser que te de vergüenza.

– No, no si no es eso… es que me das un poco de miedo

– ¿Yo? ¿Me ves los colmillos afilados o algo parecido?

– No bobo… pero creo que te conozco y no sé cómo va a acabar esto

– Te doy mi palabra de que no pasará nada que no quieras que pase.

– Bueno pues si es así… acepto la proposición. Todo sea por ver si eres capaz de hacer que no me duela la espalda.

Terminamos los cafés y pagué. Nos fuimos camino del hotel en el que estabas alojada. No estaba muy lejos, por lo que no tardamos más de 5 minutos en llegar. Mientras caminábamos me sonó el teléfono un par de veces, con lo que no pudimos hablar. Nos subimos en el ascensor, pulsaste la planta 5… Y mientras el aparato hacía su trabajo (subir), nuestras miradas se cruzaron. Te salió una risa nerviosa.

– ¿De qué te ríes?

– De que no me puedo creer que haya aceptado.

– Es un masaje… no le tienes por qué dar más vueltas.

– Aún así…

Llegamos a la quinta planta, y nos dirigimos a tu habitación: la 508. Pasaste tu primero y cerré la puerta tras de mí al entrar yo.

– Bueno… ¿y ahora? – dijiste.

Me fui al baño y salí con una toalla de las de lavabo.

– Lo suyo sería que te quitaras la ropa, te tumbaras en la cama boca abajo y te pusieras por encima de tu lindo trasero esta toalla. Al menos es así como lo hacen en los sitios de masajes.

– ¿No había otra toalla más pequeña?

– Como haber, te puedo pasar la toalla de ducha, pero se trata de dar un masaje en la espalda. No se trata de tapar lo más posible, ¿no?

– Vaaale. ¿Te importaría….? (haces un gesto señalando hacia el baño)

– No; desde luego. Avísame cuando estés lista. Yo iré calentándome las manos. Pasaron dos minutos y tu voz sonó desde el otro lado de la puerta del baño

– Ya puedes pasar. Te habías quitado la ropa. Tu cuerpo aparecía desnudo sobre la cama, tan sólo tapado el culo por la toalla que te había pasado hacía un momento.

– Interesante espectáculo…

– No seas bobo… que me corto.

– Tranquila… Por cierto; ¿el aceite? ¿Dónde lo tienes?

– En un neceser que hay en el baño.

Fui a por el aceite y volví al momento. – ¿Te importa si me quedo en calzoncillos? No es por nada en particular, pero dado que el aceite mancha, no me gustaría estropear el traje, la camisa o la corbata. A los gayumbos les tengo menos aprecio.

– Si no queda más remedio….

Me quité la ropa despacio, gustándome. Primero dejé caer la chaqueta por los brazos. La dejé en el respaldo de una silla. Después, deshice el nudo de la corbata, y a coloqué sobre la chaqueta. Me desabotoné la camisa y noté cómo tu mirada seguía mis movimientos. Me senté en el borde de la cama y me quité los zapatos y los calcetines. Me puse de pie, y desabroché el pantalón, que cayó suavemente hasta el suelo; lo recogí y lo coloqué sobre la misma silla, de tal manera que no se arrugara.

– Bueno; creo que ya estoy listo. ¿Y tú?

– Creía que no ibas a acabar nunca…

– Hay que saber tener paciencia… Lo bueno hay veces que se hace esperar y la arruga, por mucho que se empeñe Adolfo Domínguez, no queda bien en ningún traje.

– Vale; como quieras cállate ya y empieza de una vez antes de que me arrepienta.

– Igual sientes un poco de frío cuando te eche el aceite por la espalda, pero será sólo un momento, hasta que se caliente con la fricción de mis manos.

Cogí el frasco de aceite y lo incliné sobre tu espalda, para que un filo hilo recorriera desde las cervicales hasta el final de la espalda. Un ligero temblor recorrió tu cuerpo, en señal de que habías sentido su frescor. Extendí con mis manos el aceite por toda tu espalda; ya estabas preparada para todo.

– Si no te importa, me pondré de rodillas sobre tu cuerpo; dejo tu cuerpo entre mis rodillas para llegar bien a todas partes. Pero no te preocupes que no te aplasto.

Mis manos empezaron a recorrer tu espalda. Se concentraron en los hombros, primero el derecho, y luego el izquierdo; mis dedos masajeaban tus músculos para intentar relajar la tensión acumulada. Después pasaron a la parte lumbar, cada mano con el lado de la espalda que le correspondía, con movimientos de abajo hacia arriba, para quitar la tensión de la zona inferior; los pulgares a la altura de la columna y el resto de la mano ocupando el resto de la espalda. Según iban subiendo, mis dedos iban notando cómo tus oprimidos pechos se acercaban, y acariciaban levemente su piel por la parte del costado. Después de unos cinco minutos de masajear esa zona, volví a echar un poco de aceite, esta vez directamente en mis manos y me concentré en la columna, presionando con los pulgares en el hueco que deja cada vértebra con movimientos rotatorios alternos y empezando por la parte final.

– Perdona, pero necesito mover un poco la toalla hacia abajo…

– Ahora mismo me da igual lo que hagas… como sigas así soy capaz de dormirme.

– ja ja ja ja… no me digas eso así… que estás jugando con fuego.

Moví la toalla un poco y quedó al descubierto el comienzo de tus glúteos….

– Pero si no llevas tu famoso tanguita… Ahora sí que se está poniendo interesante; desde aquí tengo una panorámica… De abajo hacia arriba, a unos 3 centímetros de la columna, fui cogiendo como pellizcos con las dos manos, repitiendo la acción varias veces. Poco a poco, sin darme cuenta, la toalla se había ido moviendo porque pesaba más de un lado que de otro, por lo que finalmente tu cuerpo quedó desnudo ante mí.

– Perdona… no me había dado cuenta

– Si te paras ahora te mato… sigue

Recuperé el masaje de tu espalda, volviendo nuevamente a poner los pulgares en tu columna y el resto de la mano en toda el costado, acariciando al subir de nuevo tus pechos. Comencé a notar cómo tu respiración cambiaba… y cómo cuando mi cuerpo se inclinaba sobre el tuyo para llegar a la parte superior de tu espalda mi polla acariciaba tus glúteos… Volví a echarme aceite en las manos, y cada vez empezaba a masajear desde más abajo…

– ¿Quieres un masaje completo?

– Creí que no ibas a proponérmelo nunca…

Mis manos impregnadas en aceite empezaron el masaje en la cara interna de tu culo, jugando mis dedos con tu agujero… Me quité los calzoncillos (evidentemente ya no me hacían falta). Mi lengua se acercó a tu clítoris, con lo que tu cuerpo se estremeció ligeramente de placer… mi boca y mi lengua siguieron buscando la manera de proporcionarte todo el placer que podían, rodeando tu clítoris sin centrarse directamente en él, mientras al mismo tiempo mis lubricados dedos, se introducían por tu culo, primero el índice, luego el índice y el corazón y finalmente el índice, el corazón y el anular, entrando y saliendo con la suavidad y facilidad que proporcionaba el aceite. Tu respiración cada vez era más entrecortada, tus gemidos cada vez más continuos y no tardaste demasiado en correrte.

– Por favorrrrr…. cómo estaba deseando correrme. Me has ido poniendo como una moto con cada caricia.

Cogí de nuevo el aceite, me puse un poco en las manos y lubriqué mi polla. Me puse de rodillas y coloqué la punta en tu dilatado culo y entró despacio y con suavidad hasta el final. Se oyó un ahogado grito de placer. Empecé a entrar y salir, desde la punta hasta el final, con suavidad, pero procurar no hacerte daño. Mis manos sujetaban tus caderas para que la penetración fuera más profunde y firme. Paré porque no quería correrme todavía y estaba a punto de hacerlo… Te di la vuelta y acaricié con mi boca tus pezones erectos, me deslicé hasta tu ombligo, y a la cara interna de tus muslos. Me puse de pie a los pies de la cama y te atraje hacia mí tirando de las rodillas. Coloqué tus piernas sobre mis hombros te sujeté por las caderas y te penetré despacio, sintiendo cada centímetro de tu húmedo y caliente interior… Primero despacio, y poco acelerando y haciendo que cada penetración fuera un poco más profunda…

– Ahora sí que no voy a aguantar más….. ooOOOOoooOOOOooOOOOOhhhhh

– Sigue un poco más… no te pares ahora…

– Pero no mucho más….

– Sigue, sigue… Sí ahora, sí… OOOOoooOOOOOOoOOOOoooOOOOOoOOOOoOOOoOOohhhhHhhhhhshhshs… Me tumbé encima de ti, apoyado sobre mis brazos y te besé en los labios, en el cuello, en el lóbulo de las orejas, y de nuevo en los labios. Me eché a un lado y me recosté en el lado libre de la cama.

– Espero que te haya gustado el masaje y que te haya sentado bien…

Por Xicotaytantos

 

También te gustará: Un café muy «cargadito»