23 de diciembre:

Odio los aeropuertos y esas interminables esperas que me sacan de mis casillas, pero, a pesar de ello, me decidí a hacer este viaje, para no tener que soportar una Navidad que cada vez aborrezco más.

La desesperantes esperas hoy no han sido una excepción: más de tres horas ente cola y cola consiguieron que mi carácter estuviera de mil demonios; menos mal que tuve la suerte de coincidir, dentro del avión, con un guapo y agradable compañero de viaje.

Lo miré, y él amablemente me ayudó a colocar mi equipaje de mano. Me gustó desde el primer momento…

Le conté cuán atractiva y misteriosa me resultaba la cultura egipcia, y los motivos por los que me había decidido a realizar el viaje.
Me fije con disimulo en su torso, cubierto por una camisa abierta hasta la mitad del pecho. Era musculoso, bien formado. Como diría Anabel, mi mejor amiga y confidente: “de aspecto altamente varonil”

Mientras le hablaba pude observar que sus ojos miraban, con disimulo, unas veces a mis piernas y otras a la parte alta de mis pechos. Quise jugar un poco a la atracción fatal y, desabrochándome un botón de la blusa, dejé que una parte de mis tetas se mostraran más de lo que recatadamente hubiera sido aconsejable.

Una sonrisa se escapó de mis labios al comprobar que con esa ligera insinuación mía había conseguido en él un efecto mayor del esperado. Allí, donde el pantalón pasa a tomar el nombre de bragueta, algo abultado crecía y crecía. Confieso que me gustó ver el resultado que había logrado, y una agradable sensación sexual recorrió mi cuerpo.

Observé cómo desviaba su mirada hacía el techo, en un claro intento de salirse del juego que yo había iniciado, mas a mí me estaba resultando interesante, y no estaba dispuesta a abandonar en aquel momento, por lo que dejé que mi pierna rozara ligeramente la suya.

Me di cuenta que su excitación iba creciendo al sentir el contacto con mi piel. El juego me estaba encantando, por lo que deje caer mi cuerpo hacia delante en el asiento, hasta que mi falda cubrió mínimamente la parte alta de mis muslos. La bragueta de su pantalón seguía creciendo y creciendo, y mi imaginación comenzó a volar hasta un estado onírico lleno de placeres, y, poco a poco, mi sentido del pudor claudicó ante lo estaba viendo, y comencé a ponerme caliente, pues he de reconocer que nunca había visto nada tan abundante.

Decidí forzar un poco más la situación, y desabroché un nuevo botón de mi blusa.

Vi cómo con sus manos intentaba tapar su abultada excitación, y por un momento desee apartarlas y coger aquello con las mías. La llegada de una inoportuna azafata, con la cafetera en la mano, me hizo desistir de aquel descomedido pensamiento.

Comencé a sentir un calor húmedo que se instalaba entre mis piernas. Me quedé desconcertada cuando oí que mi guapo acompañante pedía a la azafata una manta. Yo, que estaba cada vez más caliente, y él, con los colores subidos a la cara: ¿para qué querría una manta? Espere hasta ver qué destino daba a aquella extraña petición.

Aún no sé por qué reaccioné así, pero cuando vi que se tapaba con la manta de la cintura para abajo, le pedí que me permitiera utilizar una parte de la misma. Él, con una azorada sonrisa, accedió a mi petición, y cubrí también mis muslos semidesnudos con aquella tela azul.

Volví a rozar con mi pierna la suya, esta vez con morbosa intensidad, para ver cómo reaccionaba. Aprovechando la intimidad creada bajo la cálida tela, noté cómo sus dedos comenzaron a rozar, como sin querer hacerlo, mis piernas. Le dejé hacer. Ante la falta de rechazo por mi parte, él comenzó a acariciar mis muslos, y, poco a poco, fue subiendo y subiendo con sus manos hasta llegar con suavidad a mis más íntimos pliegues. Sus dedos recorrían mi sexo una y otra vez. Ya no pude aguantar más, e introduje mis manos bajo la manta, y busqué con ansiedad hasta que pude coger su gran pene caliente. Lo apreté con fuerza y empecé a masajearlo despacio de arriba abajo, y sentí su lasciva e inmensa erección.

Sus caricias me excitaban más y más. De pronto, mis dedos se impregnaron del viscoso, denso y caliente líquido
que salía de su pene, y eso me provocó una profunda e intensa sensación placentera, que hizo que brutalmente llegara al orgasmo. Fue una experiencia única.

24 de diciembre:

Hoy, al comenzar el día, después de abandonar la cama, me ceñí sobre mi cuerpo un pequeño bañador blanco y, para disfrutar del primer sol de la mañana, salí a la pequeña terraza de la habitación 507 que ocupo en el hotel.

Cuando miré hacia mi derecha de nuevo le vi a él. Estaba en la terracita de la habitación 509 con el torso desnudo, y sentí una especie de atracción fatal. Con artificioso interés dejé una sonrisa liviana en el aire, al tiempo que con la punta de la lengua humedecía mis labios. Entonces, pude ver cómo sus ojos bajaban disimuladamente hasta recorrer todo mi cuerpo, y yo, con estudiados movimientos sensuales, y sin dejar de mirarle, volví al interior de mi habitación. Unos segundos después, oí unos golpecitos en la puerta. Supe al instante que la llamada era de él. Abrí, dejé caer mi liviano bañador y le esperé sobre la cama.

Lo que sucedió después fue inenarrable. Nunca antes sentí tanto placer.

 
2 de enero:

Ya es Año Nuevo, y he regresado de un viaje que jamás podré olvidar. Y aunque no he podido ver los grandes tesoros que existen en esas lejanas tierras, ni conocer sus calles ni a sus gentes, he disfrutado intensamente

Ahora, solamente intento y deseo recordar el número de teléfono que él me susurró al oído la última noche, pues el único deseo que pido al nuevo año es poder escuchar su voz otra vez.

Por Rosa y Negro, participante en el I Concurso de Relatos Eróticos «Muerde la Manzana»

 

También te gustará: «Así es soñarte»