Admiro su trabajo, y pasaría horas escuchándole sin apenas necesidad de pestañear, pero hoy, que por fin lo tengo a apenas un metro de mí, estoy deseando que todo esto termine y que su intimidad sea también la mía.

Suena una canción que él ha escogido, me susurra en el oído una letra que desearía que hubiera escrito para mí. Dejo que me despoje de la camiseta y me besa mientras me sujeta con las dos manos a su cintura, acaricia mi escote con sus barbas y roza su nariz con suavidad por mi cuello deteniéndose en aspirar el perfume que solo él olerá esta noche.

Apoyé mis nalgas encima del escritorio y encima de uno de los ejemplares de su novela. Levantando mis piernas a la altura de su cintura y se colocó entre ellas. Un segundo después me quitó las bragas y me embistió con su sexo. Mis brazos se agarraban con fuerza al escritorio a cada sacudida, se balanceaba al ritmo frenético de su deseo. Nada se había apagado aún, le tomé de la mano y lo tumbé en el suelo, me senté en su boca, y su lengua ansiosa comenzó a humedecer mi sexo, el cual se contraía de placer a cada roce que recibía mi clítoris. Llené varias veces su boca, la cual, a pesar de ello, no acababa de saciarse. Me senté sobre sus caderas y me acerqué a sus labios, mi lengua buscó a la suya, saboreé una mezcal dulce y salada junto con el sabor de la carne. A mis espaldas oía el sonido de la fricción que ejercía su mano mientras se masturbaba. Me levanté despacio y me posicioné, buscando que se quedara tumbado justo debajo de mis piernas, pero se incorporó e introdujo profundamente sus dedos frotando con ellos mi clítoris. El morbo y el placer se deslizaban por mi entrepierna goteando en el suelo. Lo aparté casi con violencia hacia atrás, fijé su mirada en la suya y sus ojos brillaban mientras afirmaba con la cabeza. Sabía lo que me disponía a hacer y lo deseaba tanto como yo.

De pie, con las piernas abiertas, y a la altura de su sexo, me deslicé muy lentamente dejando caer algo de lluvia, muy poco a poco. Antes de continuar por sus caderas y llegar hasta su pecho, retrocedí e hincada de rodillas, le hice una felación; Su pene estaba rígido y empapado de orina y semen, claramente minutos antes se había corrido y estaba tan excitado como yo. Al llegar a su pecho, me alcanzó con los brazos y mientras yo seguía orinándole sin ninguna prisa, me atrajo hacía él para mordisquear y lamerme los pezones. Le ofrecí ayuda y con mi lengua, rozaba también mis pechos despertando en ambos un deseo que nos desbordaba. Me levanté, pues faltaba lo mejor, llegar a su boca e inundarla con el resto de mi lluvia y de fluidos, que se desprendían de mi sin control. A la vez que me vaciaba sentía la catarsis del orgasmo que recorría todo mi cuerpo, él me tomó de las nalgas sentándome de nuevo en su boca. De nuevo sentí que se masturbaba, esta vez con bastante fuerza, me pidió corrernos juntos y el placer se fundió en un gemido al unísono por parte de ambos. Intuí el momento del estasis y desobedeciendo un poco a sus deseos, bajé hasta sus piernas y coloqué mis pechos en su miembro a tiempo para sentir, el calor de su semen quemando en mis pezones.

Pasé unos minutos en el suelo y encima suyo, pero no dejó pasar demasiado tiempo cuando me hizo girar y colocó boca abajo. Sentía como recorría mi cuerpo con su lengua, desde el cuello y hasta el final de la espalda. Se posicionó detrás de mí y abriéndome un poco las piernas, introdujo su sexo el cual crecía dentro de mí, se endurecía aún más si cabe y me provocaba dolor, pero también un placer extremo. Apretaba mis nalgas, pues quería retenerlo ahí dentro eternamente.

Eyaculó mientras gritaba de placer, yo tampoco pude contenerme. A la altura de mi sexo, sentía el suelo manchado y húmedo. Después de eyacular, se levantó calmadamente y comenzó a orinar sobre mi cuerpo, extendía su orine con mis manos por todo mi cuerpo y culminó metiéndome su falo en mi boca, pero sin lograr calmar la sed que me había provocado.

Minutos después nos encontrábamos en la ducha sin prestar atención a los millones de gotas que se deslizaban por nuestros cuerpos, intentado apagar un fuego descontrolado. Besos, caricias, miradas, los cuerpos que se atraían sin ninguna ley física que lo explicara. Rodeé con mi pierna su cadera y sujetando mi muslo mojado, apoyo mi cuerpo contra los azulejos. De nuevo se fundieron en una nuestra respiración, los gemidos enmudecieron abrasados por las lenguas que asaltaban nuestras bocas. Tras nosotros, el desagüe se tragaba todo lo soñado, lo placentero y lo que la distancia había frenado durante meses. No recuerdo haber dormido aquella noche, tal vez cerré los ojos, intentando camuflar alguna lágrima que cobarde, decidió huir por mi rostro. Sé que cuando él los cerraba, tampoco dormía. Sonreía de vez en cuando, decía que las ondas de mi pelo, de su morena, guapa y lista, le hacían cosquillas al rozar su cara.

 

Relato participante en el Concurso de Relatos Eróticos «Muerde la Manzana».