“La otra noche tuve un sueño erótico que me hizo despertarme sobresaltada y empapada en sudor.

Yo iba montada a caballo con un hombre joven al que no conocía sentado detrás de mí. Ambos íbamos desnudos. Mi espalda pegada a su musculoso pecho, sus brazos a ambos lados de mi cuerpo, atando las riendas del caballo a la silla y con las manos entre mis piernas, su pubis pegado a mi culo que, por efecto del movimiento del caballo y el roce del uno con el otro, iba notando como se endurecía su miembro.

Una de sus manos se dirigió hacia mi sexo y, sin apenas moverse él y solo con el movimiento del caballo que me hacia subir y bajar en su trote, notaba como me frotaba contra su mano, después sus dedos hurgaron profundamente dentro de mí, yo emitía gemidos sintiendo el viento en mi cara, cerrando los ojos, arqueando la espalda, apoyando la cabeza sobre su hombro, su lengua lamía mi cuello, mis manos acariciaban sus muslos con sensualidad. La otra mano la llevó hasta el pecho, el pezón ya estaba duro y suplicando una caricia. Jugó un rato con él antes de satisfacerlo con la la firme presión de la palma en un movimiento circular. El otro pecho recibió el mismo tratamiento mientras los dedos de la otra mano continuaban moviéndose en mi interior. Tan pronto llegué al orgasmo, detuvo el caballo el tiempo suficiente para que yo me diera la vuelta y me pusiera de cara a él con mis piernas abiertas sobre las suyas, haciéndome sentar sobre él y clavando su dura polla dentro de mí, solo dijo “ahora quiero que me montes tú a mí”.

Él clavó talones al caballo y solo pude cogerme fuertemente a su cuello, mis pechos apretados al suyo, mis piernas ciñéndole las caderas, me dejaba llevar por el movimiento de hombre y caballo sin mover un músculo.

Cuando condujo al animal a paso lento, las cosas se pusieron más interesantes, sobre todo porque él ya no se movía con el animal, sino en sentido inverso, obligándome a rebotar y estrellarme contra su cuerpo.

Cuando el caballo se detuvo, yo había alcanzado el orgasmo tres veces más y con una intensidad que aturdía. Como estaba algo mareada, tardé un rato en darme cuenta de que nos habíamos detenido, que él me besaba con dulzura y solo sentía  entre las piernas que aun estábamos unidos y seguía aferrada a él.

Era la cabalgada más increíble de mi vida… lástima que solo fuera un sueño.”

 

Por Laura Soto de «Las Pasiones ocultas de Jade», disponible en Amazon

 

 

 

 

 

 

 

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