Era una noche cálida. Después de unas copas y una cena muy especial, decidí llevarla a un lugar conocido y muy sensual. Desde nuestro primer encuentro siempre habíamos tenido experiencias extremas y fuera de lo común. Sexo loco y peligroso en los lugares menos esperados. Un callejón, parque público, elevador de hotel, el baño del bar. Sexo oportunista, nuevo, emocionante. Ella sabía que mis impulsos y nececidades eran salvajes e inesperadas. Siempre le daba ciertas instruciones y se volvía loca de anticipación. «No te pongas bragas esta noche», «Ponte la minifalda de denim», «Te quiero con colita de caballo», en fin, todo lo que se me pudiera ocurrir o me apeteciera. Igualmente yo también le prestaba muchisíma atención a sus gustos. Trabata de aprender el tipo de cosas que la volvían loca. Lo que le daba miedo. Lo que era su límite. Siempre le sugerí más y más atrevimiemto. Nunca me decepcionó.

Esta noche, como la mayoría, le pedí que se pusiera una falda y sin ropa interior. Desde la última copa en el restaurante estaba caliente y me miraba como diciendo, ¡vámonos ya! Pero el juego era mucho más importante que el sexo. Prolongé la cita lo más que pude. ¡No podía más! Y nos fuímos camino a un sitio muy conocido en la ciudad. El capote del coche estaba abierto. Le pedí que abriera las piernas, nada más… El viento empezo a jugar con su falda insinuando un baile lento y sensual. De vez en cuando podía ver sus hermosas piernas y esa parte de su cuerpo que quería saborear.

Llegamos al lugar. Un sitio aislado pero desde el cual se podían observar todas las luces y las vistas del centro de la ciudad. Había veinte o más coches en el lugar. Todos separados por cinco metros de distancia, árboles, arena, viento y muchas travesuras que la noche tenía que traer. La música sonaba. Bailamos bien pegados. Ella tenía frío y yo la consolaba con mis brazos, aprovechando también el calor de su cuerpo. Nos comimos los labios mutuamente y durante mucho tiempo. Me encantaba su boca. Se hizo tarde y la mayoría de las parejas de nuestro alrededor se habían ido o estaban dentro de sus coches.

La acompañé al auto, le abrí la puerta. Se sentó, pero le pedí que no entrara. Me puse de rodillas y la acerqué hacia mí. Me moría por saborearla. Quería llenar mi boca de ella y pasar mi lengua por todo su cuerpo. El resto del mundo y nuestro alredodor ya no existían. Solo escuchaba sus gemidos, la música a bajo volúmen y el mar. Cuando terminó en mi boca me pidió que me pusiera de pié. Ella seguía sentada dentro del auto. Abrió mis pantalones y me tomó dentro de su boca.

Me deboró como muchas otras veces, pero esta vez no quiso terminarme. Me pidió que entrara en el coche. Ella se tiró en el asiento trasero y se puso en cuatro esperando a que yo llegara. La penetré despacito. Después de lo que me había hecho no quedaba mucho más de mi. Lo habíamos prolongado mucho. ¡Yo estaba desesperado! Las ventanas del auto estaban ahumadas del calor de nuestros cuerpos. Gemidos, sudor, toques, mis manos en sus caderas cogiéndola fuertemente hacia mí. Sentía que explotaba en cualquier momento. ¡No me quedaba más! Su espalda, su pelo, el sudor en su piel, me quedaban tal vez tres segundos más. No más de dos. De rrepente, un toque duro en la ventana del coche. Inmediatamente una luz muy fuerte. Un rostro opaco cubriéndose para tratar a ver dentro del coche. Era la policia.

por El Caballero Negro