El mozo del supermercado 

A pesar de que su cara aparenta una edad más joven que la mía, su voz es grave y muy sensual. Le respondo sin poder evitar mi sonrojado rostro y prosigo con mis compras ocultándome tras la lista de la compra.

Termino mi compra, pensando en mí largo día de «maruja casera», aunque esbozando una sonrisa pícara y absurda en mi cara. De repente, que te mire un jovenzuelo le llena a una el orgullo y no se siente tan echada a perder. (pienso en mis adentros)

Me dirijo a la caja de pago, cargada hasta los topes, meditando como voy a ser capaz de llevar todo ese peso a casa sola, pero, en otras ocasiones me he visto peor y he salido del paso.

-Buenos días Cristina. ¿Que tal?

Saludo a la cajera, que a base de vernos tan a menudo ya nos tenemos simpatía mutua.

La cinta de la caja se mueve, transportando los alimentos que he ido depositando y yo me absorto en mi móvil, mientras Cristina hace su trabajo y va contabilizando los productos.

Y en ese instante, vuelve a pasar, esta vez por delante de mí . Dirigiéndose a la cajera le dice:

– Es mi hora del desayuno, luego vuelvo.

Y sale fuera del supermercado para apoyarse en un especie de poyete que hay fuera a fumarse un cigarro.

Yo lo observó a través de los cristales, disimuladamente.

Es atractivo, tiene un aire aniñado pero, a la vez, se le ve presencia y seguridad de alguien mayor.

Pago mi compra y, cargada como una mula, con torpeza, voy a salir del supermercado, despidiéndome cordialmente de la cajera.

Al salir por la puerta, él sigue sentado allí, ya ha terminado su cigarrillo, pero, por alguna razón continúa sentado en la misma posición. Tonta de mí pienso que aprovecha los rayos solares que nos ofrece la primavera como regalo después de una semana intensa de lluvias.

– Adiós preciosa, que tengas un buen día.

Me dice al pasar junto a él.

Torpe de mí, suelto las bolsas y entrecortada, frotándome las manos por el dolor de éstas clavadas y que ya han cortado mi circulación, le respondo.

-Muchas gracias, igualmente guapo.

No sé porque narices he dicho eso, no lo conozco, y no suelo dirigirme con esas confianzas a nadie, pero, mi boca ha hablado por si sola y ahora no puedo retroceder en lo dicho.

Vuelvo a sonrojarme como un tomate y pienso: tierra tragame.

El chico se levanta y automáticamente me roba un para de bolsas a modo de ayuda y me dice:

-¿Vives muy lejos?. Si quieres puedo acompañarte con la compra, vas muy cargada y es mi hora libre del desayuno.

Yo le respondo con un:

-No gracias, de verás es todo un detalle pero no hace falta. Además te llevaría tu tiempo ir y venir y no tendrías tiempo de desayunar.

¿Pero que demonios me pasa?… Inconscientemente estoy coqueteando con el muchacho, mi lenguaje corporal no va acorde con el verbal, le estoy diciendo que no, pero quiero ser cortés y a la vez pienso, si, vente conmigo.

Respiro hondo y decido que lo mejor será irme a toda prisa, eso no está nada bien.

El no deja de observarme sonriendo con cara maliciosa, creo que el tampoco esta siendo amable, sino que, lo que quiere realmente es acompañarme a mi domicilio con motivos más perversos.

Entre miradas y titubeos, el muchacho coge las bolsas, las acarrea y así de paso me demuestra lo fuerte que está y se exhibe ante mí con decisivo pavoneo:

-Vamos, que te acompaño.

Sin dudarlo iniciamos el camino hacía mi casa que está a solo unas cuatro manzanas de allí.

Los primeros pasos son cortantes, al menos por mi parte, suelo ser alguien muy sociable y extrovertida, pero, en esta situación no me había visto nunca y no se cómo gestionarla.

Tengo a mi lado un chico muy guapo y joven dispuesto a cargar mi pesada compra, cual caballero corteja a su dama, solo que esto no es un cuento y yo ni soy una princesa ni estoy soltera.

Las ideas se agolpan en mi cabeza, quiero ser amable y mi boca se decide por seguir coqueteando sin más con este chico, mi cerebro no obedece las órdenes, va por libre imaginando el momento en el que lleguemos a la puerta de casa.

Y ese momento llega. A unos metros y un semáforo de mi domicilio, la conversación se ha convertido de lo más pícara, y yo me siento en una nube de placer, extasiada por la novedad de que algo curioso sucede en mi vida.

– Hemos llegado. Le digo intentando que suelte las bolsas en la puerta.

– No te preocupes. Yo te las subo.

¡Ay madre!, pienso y se me acelera el corazón, mi respiración se entrecorta. Tanta amabilidad gratuita me extraña y llego hasta a pensar mal.

Entre miedo, excitación y expectativa subo las escaleras por delante de él. Dejando ver el contoneo de mi silueta y mi culo en los leggins que llevo puestos. Noto su mirada profundamente clavada, repasándome de arriba a abajo como si fuera una presa.

Saco las llaves nerviosa y abro la puerta.

-Puedes dejarlas aquí. ¿ Te apetece una coca cola o un café ?. Al fin y al cabo no has desayunado y era tu descanso, es lo mínimo que puedo hacer por ti después de tu gran ayuda, esto pesaba mucho.- Le digo a modo de agradecimiento.

Y entonces se acerca a mí sigiloso como un gato, quedando a un palmo de mis labios, roza mi cabello y me dice al oído:

– Lo que me apetece es desayunarte a ti.

Un escalofrío recorre mi espalda, en el fondo esta escena porno no está bien, estoy casada, pero lo deseaba, me excitaba la situación y yo la he propiciado, ahora no puedo echarme atrás…o sí. Y…no sé que hacer…hasta que sus besos se posan sobre mí y su lengua se retuerce en mi interior con una humedad ávida de sensualidad. Sus manos me recorren entera pero con delicadeza. Me coge por la cintura y me sube al mueble que tengo en la entrada, me sienta sobre él y rápidamente arranca mis leggins hacía abajo para dejarme desnuda de cintura para abajo.

Se arrodilla en el suelo frío, pero no le importa, mientras sus manos acarician mis muslos. La humedad de mi entrepierna crece en segundos, y agarro su pelo fuertemente para arrastrarlo a mi vagina. Lame de una manera alocada, es como un san bernardo muerto de sed, su lengua golpea mi clítoris haciéndolo estremecer mientras pellizca mis pezones por encima de mi camiseta. Mis gemidos son muy evidentes, el muy jodido a pesar de su juventud sabe lo que se hace, y consigue que me deshaga en un orgasmo brutal lleno de espasmos, con el que ¡casi le parto el cuello. Me deja jadeando extasiada sin creerme lo que acaba de ocurrir. Se levanta, me besa de nuevo, coge mi cintura, me da la vuelta y me arquea sobre el pequeño mueble del recibidor con la compra entre nuestras piernas.

No tengo tiempo ni de reaccionar, tiene su polla lista para embestirme sin piedad. Y me susurra al oído.

-Llevo todo el camino pensando en esto, bueno, en realidad lo pienso todos los días que te veo comprar. Tenías que ser mía como fuera, tenía que follarte como fuera.

-¡Ufff! Suspiro mientras notó todo su miembro dentro de mí, abriéndose paso, acomodándose.

Sus empujones son fuertes, tanto, que casi rompemos el mueble, que golpea contra la pared. Es impetuoso y lleno de fogosidad, desde luego sabe follar de maravilla y lo alabo entre gemidos y gritos de placer.

Tiene mi cuello agarrando mientras sus dedos juguetean con mi boca, los mete y saca y yo chupo como si de una golosina se tratará. Llegamos al orgasmo casi juntos, primero él, temblando noto como su esperma caliente me inunda, y yo segundos más tarde, viendo esa cara aniñada de placer que me ha excitado una cosa bárbara. Se recuesta sobre mí. Apoyando su cabeza junto a la mía sin sacarla, aún esta erecta y dura y puedo notarla.

-Eres el mejor desayuno que he tenido. Gracias.

Me dice susurrando extenuado al oído.

Se viste mientras no deja de besarme la cara y los labios. Realmente es alguien no solo fogoso sino que también cariñoso.

-Tengo que irme. Me dice sellando con un beso largo mis labios.

Y yo me quedo allí medio desnuda sobre el mueble con el espejo de la entrada, testigo de mi fechoría, anonada y perpleja, con las bolsas desperdigadas por el suelo, analizando la situación y creyendo que todo ha sido un sueño.

No se si volveré a ese supermercado a comprar…..o quizás …si