(…)

Dos golpes seguidos en la pared.

Un grito anuncia a todo el vecindario el cambio de agujero de acceso al interior de mi compañera.

Con la visión de rayos X de mi cerebro, la veo con las palmas apoyadas contra la pared, intentándola atravesar para escapar del irrefutable destino de su culo.

Te la imaginas de lleno en la incertidumbre que precede a cualquier sodomización: por un lado las ganas de salir corriendo mientras gritas que alguien te ayude. Por el otro, la irresistible oferta de lo más guarro y sucio que pueden hacer con tu cuerpo.

Mi culo sigue subiendo y bajando a lo largo de mis inertes dedos, mientras mi almeja los va llenando de fluidos lubricantes. Algo de lo que carece el profanado culo de la otra habitación. Así lo denotan los continuos gritos de ella.

Llevada por la necesidad de salvaguardar mi muñeca (si sigo moviendo el culo así no tardaré ni dos segundos en partirla por la mitad) decido imitar a mi amiga. Me levanto dejando a los dedos agitándose como culebras sobre la colcha.

Envidiosa como soy y de rodillas como estoy, me la imagino a cuatro patas, agarrada al cabezal de la cama, con los puños cerrados, mientras su ano cruje como la estructura de la cama ante las embestidas del cilindro sodomizante.

Por los ruidos, dudas qué se romperá antes: la cama, la pared o el culo de mi compañera.

Me imagino su culo gritando que, por favor, paren de entrar en él, mientras ella le grita que quiere más, y más.

Me la imagino frotándose el clítoris para contrarrestar ese dolor insufrible que parece no acabar nunca.

Me la imagino con sus cabellos yendo y viniendo mientras su cara se estampa una y otra vez contra loa pared

Me la imagino frotando tan fuerte como yo. De rodillas, con la cara entre la almohada, mi mano se pierde muy abajo, pasando entre las piernas y subiendo y bajando a lo largo de mi raja de entrada. Las embestidas y locuras me llevan a ir más lejos de lo que pensaba.

Con las manos perdidas en tus bajos, recuerdas tu primer anal. Recuerdas la primera punzada de dolor en tu recto y te preguntabas porqué accediste a algo semejante. Quizás por las ganas de sentir algo nuevo, quizás por que ya nadie podrá decir que eres virgen de algo, quizás por llegar a hacer lo que tus amigas te han contado que ellas sí han hecho. Lo que más recuerdas es esa combinación del terror más absoluto y una excitación incontrolable…. Un cocktail explosivo para el que sabes que ya no hay marcha atrás.

Recuerdas como, al quedarte sola, no dejaste de tocarte.

Recuerdas como comprobaste lo mucho que había dilatado ese pequeño agujero.

Recuerdas que pensaste que nunca más podrías controlar ningún apretón estomacal venidero.

Recuerdas como estuviste tres días sin poderte sentar bien y que, cada vez que lo hacías, sentías como todo el mundo te miraba y, al verte ladeada, sabía perfectamente qué te habían hecho la noche anterior.

Con estos recuerdos tus dedos pasan de la suave humedad del conejito a la áspera sequedad del ano.

Convertidos en un ferry que recorre la distancia entre agujeros sin parar con una misión clara y concisa: humedecer mi entrada posterior.

El cerrado anillo de salida de emergencia de mi cuerpo, tarda en reaccionar. Ahí detrás nunca he tenido problemas con las salidas, pero con las entradas… Además, hace tiempo que nadie lo usa, así que no va a ser tarea fácil.

Loca de envidia, me concentro en mis intimidades. Ambas manos trabajan: la mano derecha frota mi clítoris y se mete en mi raja, mientras la izquierda se curra una dilatación anal de la hostia.

Gritando tu nombre, consigo introducir una falange en el punto más hondo de mis nalgas.

Como otras veces, hecho en falta una tercera mano.

Como otras veces, acabo frotando mis pechos con fuerza contra la sábana.

Como otras veces, me maldigo por haber perdido aquel desproporcionado consolador que desvirgó mi juventud.

La suavidad de mi depilada rajita es infinita con tanta humedad acumulada ahí. Un consolador me penetraría con la facilidad que un cohete traspasa una nube.

Joder, como añoras ese trozo de látex.

Con el culo en pompa, la cara hundida en la almohada y las manos abarcando todos mis bajos, vuelvo a mover mis caderas a buen ritmo, subiendo y bajando mientras mi mano baja y sube y la otra presiona hacia dentro.

El frotar me hace olvidar el juguetito (Si lo hubierais visto sabrías que el diminutivo es por el afecto que le tenía y no por su tamaño)

Medio dedo desaparece en mi culito.

Tres dedos me follan mientras el pulgar frota el hinchado y endurecido clítoris.

Me vuelvo a imaginar a mi amiga gozando de la enculada, cubierta de sudor, con sus nalgas marcadas por las manos de su follador anal, y con su coño goteando dolorosamente.

De repente, las difusas imágenes que recibe mi cerebro se vuelven nítidas, claras y me veo a mí con los ojos cerrados, la boca abierta en un mudo grito, sintiendo tus huevos rebotando contra mi coño, tus manos aferrando mis nalgas…El tiempo parece ralentizarse y todo lo que me rodea parece ir a cámara lenta, como si fuera una visión lejana.

Todo vuelve a su ritmo normal, sólo por una milésima de segundo. Ahora mismo algo explota entre mis dos manos y todo se desboca y acelera a mi alrededor. Por unos instantes, aunque sólo sean unos segundos, huyo, salgo de mí, me hincho de luz y me aclaro, toco las estrellas y vuelvo a mi cuerpo sin memoria, feliz y con unos temblores que me hacen sacudir hasta el más escondido de mis músculos. Mi boca se abre hasta romperse, la lengua sale como un cohete en busca del cielo, los dedos de las manos se aferran a la sábana haciéndola sangrar, los de mis pies se separan en una cómica e imposible estampida, mi espalda se arquea hasta que la columna cruje, mi garganta grita hasta quedarse muda. Mis piernas se endurecen como las de una atleta, mi culo se contrae y mi vagina sufre un terremoto que ni el Richter ese podría valorar.

En mi viaje estelar me he podido ver a mí con un dedo completamente introducido en mi ano, la otra mano aferrada a mi vagina. Por encima de la pared la he podido ver a ella con la cara contra la pared, casi llorando de placer, una mano aferrada a la nalga de él pidiendo que llegue aún más adentro mientras las patas de la cama tiemblan y crujen pidiendo un descanso. Él apretando su pistón contra las posaderas de ella queriendo partir su culo en dos, con sus perfectas abdominales tensadas, sus bíceps gritando de tanta tensión y su enorme polla entrando y saliendo de dos enrojecidas nalgas.

Con la imagen de la polla de él deformando el culo de ella , los temblores de mi coño se van diluyendo, convirtiéndose en un sopor infranqueable. El cansancio se apodera de mi, la oscuridad se agranda, me abraza, me rodea … una vez, y otra, y otra, y….

A la mañana siguiente me despierto como nueva.

Con brío y energías renovadas me dirijo al baño. Necesito una ducha con urgencia. En mis dedos una fina y seca capa que necesito eliminar antes de que su olor me llegue. El bello de mi pubis y entrepierna también necesita un aclarado.

Al llegar a la puerta, ésta se abre dejando salir a mi compañera. Va en albornoz mientras se friega el pelo con una toalla.

Nos saludamos con un escueto «buenos «días».No le digo nada más. Me siento incomodísima ante ella. Me siento traidora por haberla estado escuchando mientras follaba. Me siento despreciable por necesitar del éxito de otra para calmar mis furores internos.

Ella tampoco no me dice nada más.

Me extraña.

Ni una sonrisa cómplice previa al alardeo de la mejor follada en años.

La miro cómo camina mientras se mete en su habitación. «Aún anda bastante normal. No la debería tener tan grande el tío» pienso femeninamente cuando cierro la puerta del baño.

Si ahora me metiese en su habitación la encontraría guardando algo en el armario. Algo que nunca llegaré a ver. Algo que, como os he dicho, echo de menos en algunas ocasiones. Algo que se «extravió» durante la mudanza. Algo que se la folló anoche…

 

Iria Ferrari

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